Una de las más colosales burbujas arquitectónicas de todos los tiempos —el faraónico Palacio del Parlamento rumano, cuya construcción se detuvo inconclusa en 1989— se ha convertido hoy en un monumento útil y en un recuerdo omnipresente de lo que conviene no olvidar. Su autora, la arquitecta rumana Anca Petrescu, murió el 30 de octubre a los 64 años víctima de las secuelas del accidente de coche que sufrió el verano pasado. El paso a la historia reciente de esta proyectista —reconvertida en política— no puede ser otro que el de una megalómana que antepuso su voluntad —o su ceguera— a cualquier otra prioridad. Sin embargo, y paradójicamente, el legado de su descomunal edificio —un delirio kitsch censado como el segundo inmueble administrativo mayor del mundo, por detrás del Pentágono— ha demostrado no solo la versatilidad de cualquier arquitectura, capaz de asumir varios usos y de servir a cualquier señor, sino también la lógica de reutilizar por encima del capricho iracundo de demoler.

Anca Petrescu (2005)Foto: Agerpres

Petrescu tenía 27 años cuando un terremoto, que dejó 1.500 muertos, destrozó parte de Bucarest. En ese desastre se apoyó el dictador socialista Nicolau Ceausescu para levantar en la capi-tal rumana su inconmensurable edificio. Fue en 1981 cuando una Petrescu recién licenciada dedicó varios meses a producir la enorme maqueta a escala de un proyecto onírico cínicamente llamado Palacio del Pueblo. Su propuesta incluía 340.000 metros cuadrados, 86 metros de altura, 92 más bajo tierra, 7.000 estancias y 3 kilómetros de pasillos y precisaba la producción de varios bosques locales de robles, olmos y nogales y dos montañas de un millón de metros cuadrados de mármol de Transilvania, ya que Ceausescu solo quería materiales locales. Quedan para la leyenda las artes con las que la joven cautivó al dictador, pero lo cierto es que para 1985 comenzaban las obras. Al líder rumano le quedaban apenas cuatro años para morir a tiros tras una pantomima de juicio televisado. Durante ese lustro escaso, el Palacio del Pueblo exigió la mudanza —con avisos de 24 horas— de los habitantes de tres barrios; 40.000 familias salieron del centro de Bucarest, 12 iglesias y 3 sinagogas fueron demolidas y 700 arquitectos, batallones de militares y más de un millón de rumanos trabajaron sin interrupción en la obra.

Cuando en noviembre de 1989 el dictador dio por buena la primera estancia del palacio, el inmueble empequeñecía cualquier delirio versallesco del Rey Sol, consumía 50 veces más electricidad que toda la capital rumana y precisaba el 30% del presupuesto nacional para su mantenimiento. A Ceausescu le quedaba menos de un mes de vida.

Una vez ajusticiado el dictador, Anca Petrescu hizo pública la paranoia de su cliente —que realizaba visitas sorpresa y mandaba destrozar capiteles esculpidos en mármol si no resultaban ser idénticos—, pero la arquitecta fue acusada de malversación y su casa, incendiada. Se trasladó entonces a vivir a París, donde pasó a diseñar para el relajante Club Med. Para 1990 los partidarios de demoler el inmenso palacio en el que Rumanía había enterrado el trabajo, la fortuna e incluso la vida de muchos ciudadanos eran mayoría. Sin embargo, se barajó convertir el inmueble en un Museo del Comunismo o en un parque de atracciones sobre el conde Drácula. Se tanteó incluso llevar allí al mayor casino del mundo y así, con el paso del tiempo y la indecisión, el edificio permaneció en pie. En él se instalaron finalmente las dos Cámaras del Parlamento rumano y, desde 1997, el Museo de Arte Abstracto. Quedó incluso espacio para un palacio de congresos y para los banquetes nupciales que se celebran con frecuencia. Así, la aversión pública hacia el edificio fue mudando en orgullo por el descomunal trabajo realizado en un tiempo récord. Tanto que la propia Petrescu fue llamada, en 2002, para colocar una cúpula de vidrio que recordara la sede del Reichstag de Berlín que había firmado Norman Foster. Fue entonces cuando Petrescu decidió postularse como alcaldesa de Bucarest. El reciclaje del edificio, sin embargo, no se había convertido en olvido y Petrescu solo obtuvo el 4% de los votos. Su delirante inmueble sigue ahí, en uso. Y haciendo un tipo de historia: ocupa el segundo puesto entre los mayores edificios administrativos del Libro Guinness de los récords.