El 14 de noviembre de 1987, en la ciudad transilvana de Braşov, los trabajadores del tercer turno de la sección 440 de la inmensa fábrica de camiones IABv (Întreprinderea de Autocamioane Braşov), también conocida como Steagul Roşu (“Bandera Roja”), recibieron el sobre con el comprobante de su nómina mensual. En ella aparecía una reducción de 1.000 lei (casi la mitad del salario) correspondiente a un nuevo concepto de retención, ambiguamente denominado como “social”, explica el historiador Álex Amaya en su blog.

La indignación cundió y los trabajadores se negaron a comenzar el turno, enviando a un grupo de representantes a pedir explicaciones a la dirección de la fábrica. Sólo unas horas después de estos hechos el ayuntamiento y la sede del comité judeţean (distrital) del partido ardían en llamas, mientras la masa destruía la parafernalia comunista que había encontrado en su interior. Sobre el pavimento, cubierto por cristales rotos y maderas astilladas, la muchedumbre pisoteaba los retratos de Nicolae Ceauşescu, Presidente de la República Socialista de Rumania y Secretario General del Comité Central del Partido Comunista. Por primera vez en cuarenta años de socialismo, una gran ciudad rumana se veía afectada por protestas masivas contra el régimen. Dos años después los acontecimientos se repitieron en Timişoara, Cluj y Bucarest, pero esta vez sería el mismo Ceauşescu el que, acompañado de su esposa, yacería sin vida sobre el frío pavimento de una caserna militar.

Braşov 1987 forma parte del tríptico fundamental de protestas socio-políticas protagonizadas por trabajadores que marcaron por su excepcionalidad y violencia los dos últimos decenios del régimen socialista en Rumania. Junto a la revuelta minera del Valle del Jiu de agosto de 1977 y las manifestaciones de Timişoara, Cluj y Bucarest de diciembre de 1989, que culminaron pocos días después en la caída y ejecución de Ceauşescu, las notables protestas del 14 y el 15 de noviembre de 1987 en Braşov supusieron un peligroso desafío para el liderazgo del Partido Comunista y causaron confusión y furia en los pasillos del poder. Además, se convirtieron en el primer ejemplo de protesta colectiva de miembros de la clase obrera rumana que tornaba las causas sociales y económicas de su indignación en un movimiento con indudable carácter anti-régimen, a diferencia de las huelgas mineras de diez años atrás. El único ejemplo anterior de importancia había sido la revuelta estudiantil de Cluj en 1956, en solidaridad con la Revolución Húngara de dicho año. Pero dado que el protagonismo estuvo reservado entonces a los estudiantes de etnia magiar, permaneciendo la clase obrera rumana notoriamente ausente, las protestas de Braşov causaron una mayor preocupación en Bucarest en comparación con la de Cluj treinta años antes. Al fin y al cabo Braşov significaba un ataque directo de los trabajadores contra el régimen que decía representarles, el cual no supo reaccionar de un modo inteligente.

En 1987 la situación económica en la República Socialista de Rumania era delicada. Por sexto año consecutivo se mantenía la tarjeta de racionamiento, mientras aumentaba la frecuencia de los cortes eléctricos o de gas, y los salarios y pensiones eran congelados o recortados. La decisión de Ceauşescu de pagar aceleradamente y a todo coste la deuda externa acumulada durante las dos décadas anteriores forzaba la reducción de costes laborales y priorizar la exportación por encima del consumo interno. Esta situación motivó conatos de revuelta social en las minas de Motru y Maramureş, en 1981 y 1983; en Cluj y Turda en 1986; y en Iaşi en el mismo 1987. No podía estar ausente de esta situación la bella ciudad de Braşov, al pie de los montes Bucegi que separan Transilvania de Muntenia. Mercados vacíos, frío y oscuridad en los apartamentos, largas colas para adquirir productos de baja calidad, malas condiciones de trabajo en los grandes combinados industriales, todo ello creaba un descontento latente que acabó explotando en la sección 440 de la inmensa IABv, una fábrica que ocupaba entonces a 20.000 trabajadores. Pocos días antes, una protesta de trabajadores de la no menos enorme fábrica de tractores UTB (Uzina Tractorul Braşov, con 22.000 empleados) fue controlada con promesas vagas por parte de la dirección, pero en la noche del 14 de noviembre el informal grupo de representantes que se encaminó hacia las oficinas de dirección para protestar por el recorte de salarios fue recibido con desprecio. Los empleados del tercer turno se negaron a volver al trabajo y se encerraron en sus talleres, mientras los encargados llamaron a la Securitate, a la Milicia (nombre de los cuerpos policiales de entonces) y a la dirección local del Partido Comunista. Bucarest ordenó no hacer nada de momento y esperar. A la mañana siguiente, el director de la sección, Basil Tătărascu, se dirigió a los talleres y encarándose con los trabajadores, les gritó “Bien, animales, ¿no queréis trabajar? Os conviene que os envíe a trabajar a las minas”. La respuesta de aquéllos fue furibunda, obligando a Tătărascu a esconderse en una oficina y arrasando con buena parte del mobiliario del área de dirección, conocida coloquialmente como “el Palacio”. Por entonces comenzaban a llegar los trabajadores del primer turno de la mañana, los cuales no tardaron en unirse a la protesta. El propio alcalde de Braşov, Dumitru Calancea, se dirigió entonces a la planta en persona, acompañado del secretario local del partido, pero ambos tuvieron que retirarse apresuradamente ante la exaltación de los ánimos de los obreros. Fue en ese instante en que la protesta se convirtió en un auténtico ensayo de lo que ocurriría dos años después en Timişoara y Bucarest: los trabajadores salieron de la fábrica, ocuparon la calle y se dirigieron en formación hacia el centro de la ciudad.

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