“Pronto te acostumbrarás”, le dijeron a María, una rumana de 19 años que fue captada por miembros de una organización criminal mediante el método “lover boy”, un procedimiento que consiste en enamorarlas falsamente y embaucarlas para ejercer la prostitución. La víctima, que utiliza en este reportaje un nombre ficticio para protegerla, empezó a llorar sin entender lo que estaba sucediendo: “De repente me cogieron del brazo, me sacaron de la casa y me metieron en un coche. Apareció en un Polígono de Madrid, donde había muchísimos coches y mujeres casi en ropa interior”, relata la mujer.

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A partir de ahí, María estaba siempre vigilada, le controlaban cada uno de sus movimientos y el tiempo que estaba con cada “cliente”. Cuando llegaba a la casa su proxeneta le quitaba el dinero.

Después la trasladaron a Córdoba y, luego, a Ciudad Real. Ahí, era obligada a ejercer la prostitución en el piso, estando disponible las 24 horas. Todo el dinero que conseguía se lo repartían entre la mujer que estaba encargada de los pisos y el proxeneta. Durante su estancia en esa vivienda, no podía salir sola, ni recibir ni hacer llamadas.

Pasados unos meses, la movieron de nuevo a Madrid, donde vivía con una mujer de nacionalidad rumana, y controlada por otra persona en una calle donde era obligada a prostituirse.

Mientras estaba en la calle, hablaban con ella las mediadoras de la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida (APRAMP); supervivientes de trata. Una de ellas es rumana. Poco a poco, fue ganándose la confianza de María hasta que un día, aprovechando un descuido de la persona que la controla salió corriendo y llamó al teléfono 24 horas de la organización.

En ese momento, una mediadora de nacionalidad rumana se desplazó hasta el lugar donde se encontraba, le informó de sus derechos y la trasladó a Comisaría para interponer una denuncia.

Problema de raíz

“Hay que ir al problema de raíz: No se considera la trata de personas con fines de explotación sexual de una forma de violencia”, explica a presshub.ro la directora ejecutiva de APRAMP, Rocio Mora, para justificar el motivo por el que tardó en denunciarlo a la policía.

“Desde niñas sufren maltrato intrafamiliar o de pareja y les hacen creer que no son víctimas del trata de mujeres con fines de explotación sexual”, agrega la activista, que ha llegado a impartir cursos de formación de prevención, atención y reinserción de víctimas en Rumania.

España se ha convertido en el país con mayor demanda de sexo pagado en toda Europa y el tercero en el mundo, según datos de Naciones Unidas. Esto conlleva que sea uno de los principales destinos del trata de mujeres y uno de los principales puntos de tránsito.

Sin embargo, detectar en España a los que se dedican a la trata de mujeres con fines de explotación sexual sigue siendo tarea ardua. La prueba: La Policía Nacional liberó en 2019 a 83 víctimas rumanas de 629 mujeres. Un número muy escaso para la magnitud real de este fenómeno.

Perseguir a los grupos criminales resulta complicado: las desplazan a polígonos industriales, pisos e, incluso, las trasladan de una ciudad a otra. “Sin llegar a utilizar la violencia física, para evitar el desenamoramiento o la sospecha de su verdadera intención, se inventaban falsas deudas o les prometían formar una familia juntos en Rumanía, adquirir una casa o comprar un coche nuevo”, explica un portavoz de la Policía Nacional a presshub.ro. Con estas excusas las víctimas accedían cegadas por el amor que les procesaban, mediante el método “lover boy”.

Pero, se dan cada vez más casos de clanes familiares al frente de los grupos de trata: “¿Quién denuncia fácilmente a su madre, hermana o tío?”, exclama Mora, quien subraya que “una niña sufre de explotación mientras los demás miembros de la familia se están aprovechando”.

Operan a sus anchas

La representante de APRAMP denuncia que las mafias operan a sus anchas en Rumania debido a la inacción de las autoridades, pese a los esfuerzos de coordinación entre las policías española y rumana. Pero, la falta de recursos, por ausencia de formación o por retractación de los testigos conducen a escasas penas de prisión. Tampoco ayudan los casos de complicidad de los investigadores, la todavía deficiente colaboración internacional y la obsoleta legislación.

“Es fácil captarlas en su país, no son tan cruentos porque no hay control ni terrestre y aéreo para identificar a las víctimas. Están normalizando el fenómeno de la trata”, remarca Mora, quien lamenta que las mujeres y las niñas carezcan de información sobre sus derechos.

De las víctimas que atiende su organización, un 39% procede de Rumania. Su objetivo pasa por proteger a las mujeres y niñas, un trabajo que se coordina con las fuerzas de seguridad, aunque resulta complicado resguardar a los familiares de origen, amenazados por los proxenetas.

“Muchas de ellas tienen hijos y desean volver a sus localidades, pero no disponen de protección suficiente y la pobreza en la que sus familias están inmersas tampoco les ayuda a vivir de manera digna”, señala la directora ejecutiva de APRAMP.

Otra de las tareas de la asociación es la reinserción, un largo proceso que se consigue mediante el asesoramiento de mediadoras de su propio país. Las mediadoras son supervivientes de la trata, que han vivido esa misma situación, se han recuperado y ahora realizan las funciones de mediación y acompañamiento en su idioma y con sus claves culturales.

En cambio, resulta difícil, puesto que se enfrentan al problema cero: no se sienten víctimas. Pero, también a las fuertes secuelas que deja la explotación sexual.

”El daño físico es brutal. Pueden hacer hasta 40 servicios al día. ¿Cuántas mujeres habrán muerto y no nos habremos enterado?”, concluye Mora.