Si hay una palabra grabada a fuego en la mente de la mayoría de los ciudadanos europeos en los años que está durando la actual crisis económica, ésta es sin duda alguna austeridad. La espiral reductora del nivel de vida de las clases subalternas, sin aparente fin ni vislumbre de solución, ha obligado a millones de personas a sacrificar una parte importante de sus anteriores hábitos de consumo, abocándoles a una existencia sin horizontes de mejora económica. Muchos ciudadanos han sido empujados directamente a un empobrecimiento que hubiera parecido inverosímil hace pocos años, perdiendo por el camino puestos de trabajo, vivienda y el acceso a derechos básicos como la sanidad o la educación. La Europa actual, en tanto que continente poblado por parados de mediana edad, jóvenes altamente educados pero precarios o sin trabajo, así como jubilados absolutamente desamparados, recuerda en muchas de sus estampas a los tiempos de la Gran Depresión. También lo hace el contraste de imágenes de miseria protagonizadas por personas muy recientemente situadas en posiciones de prosperidad dentro de las clases bajas y medias, y otras de de total opulencia por parte de los responsables de este desaguisado global, aparentemente inmunes, explica Alex Amaya en su blog Romania prin perdea.

Bucuresti capitala europeana ?Foto: USER UPLOADED

En la actualidad, Rumania vive esta traumática experiencia de un modo ambivalente. No sólo por la existencia de enormes diferencias sociales en el seno de su sociedad, lo cual ocurre en cualquier país del continente, sino porque la sensación de tragedia económica ha calado mucho menos entre los rumanos que entre, por ejemplo, españoles, griegos o portugueses. Si bien Rumania se sitúa junto a Bulgaria en la cola de prácticamente todos los indicadores de desarrollo humano de la UE-27, el índice de paro es menor al 6% (5,58% en marzo de 2013, según las estadísticas oficiales) y mucha gente de clase media o media baja sigue proyectando su vida consumista sin excesiva preocupación. Existen evidentes y visibles dificultades para las capas más vulnerables de la sociedad, pero no tanto para otros sectores de las clases bajas y medias, a diferencia de países como España.

Y sin embargo, esto no puede ocultar del todo que para una gran parte de los sectores menos vulnerables de las clases bajas y medias la vida es igualmente difícil: el salario medio neto es de unos 350 euros al mes (1.620 lei) y el mínimo de 170 (750 lei), mientras los precios se empecinan en crecer por encima del tramposo índice oficial de inflación (3,33% en 2012). Si el actual ministro de Economía, el liberal Varujan Vosganian, ha declarado que las compañías privadas deberían dejar de acostumbrarse a pagar ese tipo de salarios, es porque existe preocupación sobre la capacidad de consumo de los ciudadanos de un país que apenas exporta y que tendría terribles límites para absorber su fuerza laboral si no fuera por la permanencia de casi tres millones de trabajadores (en situación cada vez más precaria) más allá de sus fronteras.

Pero los rumanos parecen tomarse sus dificultades con resignación, paciencia y pasividad. Un cierto conocimiento de la antropología social y cultural del pueblo rumano produce en el observador (el foráneo pero también en el autóctono) la tentación de inscribir estas actitudes colectivas en un ethos cultural difícilmente alterable; una interpretación de las actitudes sociales ante las dificultades económicas que se origina y se alimenta de la mezcla de realidades históricas y mitos colectivos como el de la fácil y milenaria adaptación a situaciones de dominación, la influencia social del ortodoxismo cristiano, tremendamente fatalista y acomodaticio, o la pervivencia de marcos culturales rurales, incluso en la población urbana. Igualmente, una parte importante de la intelectualidad justifica estas actitudes por el peso del socialismo real del siglo XX, opresivo y dictatorial, sobre dos generaciones de rumanos. Existen elementos totalmente desechables en estas líneas de interpretación, pero también otros interesantes para hallar respuestas al porqué de la escasez de lucha social o de alternativas políticas de izquierda (una temática que espero abordar próximamente). No obstante, el objetivo de esta entrada es explorar mediante algunos datos y reflexiones el fenómeno de la austeridad permanente de Rumania.

Las protestas de enero de 2012 en Rumania, muy ligadas a las políticas de austeridad, llegaron a tumbar al gobierno de Emil Boc. Sin embargo se mantienen como un fenómeno excepcional en comparación con otros países de la periferia europea durante la crisis.

Un pequeño repaso a algunos datos económicos puede llevar a la conclusión que las actuales generaciones de rumanos asumen la austeridad como el estado natural de las cosas, precisamente porque la mayor parte de su vida ha estado marcada por ella. Excepto para aquellos que han sabido exprimir al máximo sus contactos, su falta de escrúpulos o su picaresca, la austeridad ha sido la característica fundamental de los últimos treinta años en el país. Desde las reformas económicas instauradas por Ceauşescu en 1981, el nivel de vida ha sido generalmente pobre y con escasas perspectivas, una situación que se tornó en desastre a comienzos de los noventa para pasar a un breve espejismo, el de la segunda mitad de la primera década del nuevo milenio, radicalmente truncado poco después merced a la crisis global. Para ilustrar todo ello, el siguiente cuadro muestra la evolución del salario real en Rumania desde 1969 hasta 2010, teniendo en cuenta que este indicador debe relativizarse a partir de 1990 por el crecimiento de las diferencias sociales.

Si hay una palabra grabada a fuego en la mente de la mayoría de los ciudadanos europeos en los años que está durando la actual crisis económica, ésta es sin duda alguna austeridad. La espiral reductora del nivel de vida de las clases subalternas, sin aparente fin ni vislumbre de solución, ha obligado a millones de personas a sacrificar una parte importante de sus anteriores hábitos de consumo, abocándoles a una existencia sin horizontes de mejora económica. Muchos ciudadanos han sido empujados directamente a un empobrecimiento que hubiera parecido inverosímil hace pocos años, perdiendo por el camino puestos de trabajo, vivienda y el acceso a derechos básicos como la sanidad o la educación. La Europa actual, en tanto que continente poblado por parados de mediana edad, jóvenes altamente educados pero precarios o sin trabajo, así como jubilados absolutamente desamparados, recuerda en muchas de sus estampas a los tiempos de la Gran Depresión. También lo hace el contraste de imágenes de miseria protagonizadas por personas muy recientemente situadas en posiciones de prosperidad dentro de las clases bajas y medias, y otras de de total opulencia por parte de los responsables de este desaguisado global, aparentemente inmunes.

En la actualidad, Rumania vive esta traumática experiencia de un modo ambivalente. No sólo por la existencia de enormes diferencias sociales en el seno de su sociedad, lo cual ocurre en cualquier país del continente, sino porque la sensación de tragedia económica ha calado mucho menos entre los rumanos que entre, por ejemplo, españoles, griegos o portugueses. Si bien Rumania se sitúa junto a Bulgaria en la cola de prácticamente todos los indicadores de desarrollo humano de la UE-27, el índice de paro es menor al 6% (5,58% en marzo de 2013, según las estadísticas oficiales) y mucha gente de clase media o media baja sigue proyectando su vida consumista sin excesiva preocupación. Existen evidentes y visibles dificultades para las capas más vulnerables de la sociedad, pero no tanto para otros sectores de las clases bajas y medias, a diferencia de países como España.

Y, sin embargo, esto no puede ocultar del todo que para una gran parte de los sectores menos vulnerables de las clases bajas y medias la vida es igualmente difícil: el salario medio neto es de unos 350 euros al mes (1.620 lei) y el mínimo de 170 (750 lei), mientras los precios se empecinan en crecer por encima del tramposo índice oficial de inflación (3,33% en 2012). Si el actual ministro de Economía, el liberal Varujan Vosganian, ha declarado que las compañías privadas deberían dejar de acostumbrarse a pagar ese tipo de salarios, es porque existe preocupación sobre la capacidad de consumo de los ciudadanos de un país que apenas exporta y que tendría terribles límites para absorber su fuerza laboral si no fuera por la permanencia de casi tres millones de trabajadores (en situación cada vez más precaria) más allá de sus fronteras.

Pero los rumanos parecen tomarse sus dificultades con resignación, paciencia y pasividad. Un cierto conocimiento de la antropología social y cultural del pueblo rumano produce en el observador (el foráneo pero también en el autóctono) la tentación de inscribir estas actitudes colectivas en un ethos cultural difícilmente alterable; una interpretación de las actitudes sociales ante las dificultades económicas que se origina y se alimenta de la mezcla de realidades históricas y mitos colectivos como el de la fácil y milenaria adaptación a situaciones de dominación, la influencia social del ortodoxismo cristiano, tremendamente fatalista y acomodaticio, o la pervivencia de marcos culturales rurales, incluso en la población urbana. Igualmente, una parte importante de la intelectualidad justifica estas actitudes por el peso del socialismo real del siglo XX, opresivo y dictatorial, sobre dos generaciones de rumanos. Existen elementos totalmente desechables en estas líneas de interpretación, pero también otros interesantes para hallar respuestas al porqué de la escasez de lucha social o de alternativas políticas de izquierda (una temática que espero abordar próximamente). No obstante, el objetivo de esta entrada es explorar mediante algunos datos y reflexiones el fenómeno de la austeridad permanente de Rumania.

Las protestas de enero de 2012 en Rumania, muy ligadas a las políticas de austeridad, llegaron a tumbar al gobierno de Emil Boc. Sin embargo se mantienen como un fenómeno excepcional en comparación con otros países de la periferia europea durante la crisis.

Un pequeño repaso a algunos datos económicos puede llevar a la conclusión que las actuales generaciones de rumanos asumen la austeridad como el estado natural de las cosas, precisamente porque la mayor parte de su vida ha estado marcada por ella. Excepto para aquellos que han sabido exprimir al máximo sus contactos, su falta de escrúpulos o su picaresca, la austeridad ha sido la característica fundamental de los últimos treinta años en el país. Desde las reformas económicas instauradas por Ceauşescu en 1981, el nivel de vida ha sido generalmente pobre y con escasas perspectivas, una situación que se tornó en desastre a comienzos de los noventa para pasar a un breve espejismo, el de la segunda mitad de la primera década del nuevo milenio, radicalmente truncado poco después merced a la crisis global. Para ilustrar todo ello, el siguiente cuadro muestra la evolución del salario real en Rumania desde 1969 hasta 2010, teniendo en cuenta que este indicador debe relativizarse a partir de 1990 por el crecimiento de las diferencias sociales.

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