El Doctor palestino de nacionalidad rumana nacido en Siria Raed Arafat juró el miércoles su cargo como nuevo ministro de Sanidad del Gobierno de Rumanía. Arafat, que tiene 48 años y llegó a Rumanía a los 16, es el arquitecto y el ingeniero del servicio de urgencias SMURD, quizá el único instrumento del sistema social público rumano homologable al del resto de países europeos.

WojtylaFoto: Hotnews

Arafat fue también el catalizador de las protestas contra el Gobierno y el presidente Basescu del pasado invierno, que fueron más contra el desprecio a la competencia y la chulería arbitraria de los líderes en el poder que contra los recortes sociales o la privatización de parte de la Sanidad pública. Entonces secretario de Estado, Arafat se opuso públicamente a la reforma gubernamental de la ley de Sanidad, que preveía la subcontrata de algunos servicios a empresas privadas. Durante una intervención de Arafat en la tele, Basescu llamó por teléfono desde palacio. Con la insolencia hortera del bolchevique que pisa con las botas embarradas alfombras de casas burguesas conminó al Doctor a marcharse: si un secretario de Estado está en desacuerdo con un ministro, adivina adivinanza, quién debe dimitir. Arafat dimitió pero Basescu vio cómo las calles se le llenaban de contrarios, y a las pocas semanas hubo de sacrificar a Boc, parar la reforma de la Sanidad y rogarle al árabe que volviera, cosa que hizo con naturalidad y elegancia.

Este es pues a grandes rasgos el Doctor Arafat, que decíamos juró el miércoles el cargo de ministro. Aquí en la taberna nos hizo mucha ilusión la ceremonia, y gracia que Basescu le dijera que tenía sobre la mesa un Corán y una Biblia, para jurar sobre lo que quisiera. Quienes aquí servimos y quienes beben somos poco de Iglesia, aunque en la pared luzca con orgullo una foto del beato Wojtyla que encontró un cliente fontanero en la reforma de una casa católica. Nos cae bien el Papa polaco, por aquel no tengáis miedo a sus compatriotas sofocados por la bota roja, y por esa fuerza, valentía y optimismo que tan bien se le ven en la mirada. ¡Santo subito! Tenemos también una estrella de seis puntos que nos regaló el Ingeniero Herscovici, un viejo bebedor judío que se fue a jubilarse a Israel. Pero somos poco de Iglesia, decíamos, y nos gustó que dejara los libros de Dios a un lado y jurara sobre la ley de los hombres, sobre la Constitución que se comprometió a servir.

Siendo el juramento justo después del segundo triunfo de Obama era inevitable la comparación. Se la oímos a algún comentarista de la tele, y suscitó gran desaprobación entre las mesas que hay más cerca de la pantalla. ¿Por qué?, se preguntará alguno a lo Mourinho después de un atraco. Porque Obama es un hombre que ejerce de negro. Su discurso apela a los negros y a los débiles, como si el ser mujer, homosexual o latino definiera al portador en el voto y en la visión sobre el mundo. (Aunque entienda que lo prefirieran a Rommey, cuya visión del mundo condena a la mujer, el homosexual y el latino.) Por el contrario, la arabidad de Arafat sólo reluce en su acento y su capital está todo en lo que hace, no en lo que es.

La de Obama es una bonita historia de película pedagógica de instituto público de políticas de cuota. Arafat es en cambio un científico brillante y funcionario impecable que mejora en lo práctico la vida del ciudadano. Un ejemplo sobrio y lustroso de éxito republicano.