La puya dialéctica es el arte más depurado de la política rumana, quizá la única disciplina en la que los líderes locales superan con brío a sus homólogos europeos. Esta semana ha sido Víctor Ponta el que nos ha hecho reír con una de sus sentencias cortas y mordaces, siempre en caja baja.

Ha sido a propósito de la fuga de notables de los grandes partidos a colegios electorales de provincias más favorables, a menudo controlados por barones omnipotentes, que les harán la victoria en las legislativas mucho más fácil de lo que les sería en la capital. Probablemente preguntado por la salida de su socio Antonescu hacia la muy socialdemócrata región de Teleorman, Ponta se refirió a la migración hacia el campo de dos de los líderes de la derecha, los ex-ministros Vasile Blaga y Elena Udrea.

"El señor Blaga un poco más y se sale del mapa y se presenta en Serbia, y la señora en Cernauti (Ucrania)", dijo en la tele el señor primer ministro, y la taberna estalló en risas como cuando Basescu le llamó dottore. Quizá nunca nos lo hayamos pasado tan bien aquí como con la chanza de Basescu contra Ponta. Por el perfecto manejo de los tiempos, la sonrisa malévola, el arquear de la ceja, la risa profunda de fumador y la privilegiada entonación en italiano, aquella fue una intervención maestra que nunca olvidaremos en este bar, aunque entonces nos pareciera una chanza inocente y no supiéramos que venía la campaña del plagio contra su enemigo político.

También nos reímos mucho con la visita de la presidenta de Lituania, una dama de hierro de cardado pelo comunista que abroncó a la clase política rumana ante un impávido Basescu. En el bar la veíamos hablar, y nos preguntábamos cómo un paisito como Lituania podía criticarnos y dar lecciones con aquella contundencia. A su lado el mismísimo gobernattore Gitenstein hubiera parecido un espectador educado temeroso de no caer en la injerencia en asuntos internos.

Pero el mejor momento de aquel largo día de Realitatea nos lo dio Victor Ponta tras reunirse con la señora. Con su severidad de señorita Rottenmeier y aquel extraño aire de lugarteniente avisada de la jefa Merkel, nos vino a decir que venía un mes difícil y que en el Consejo Europeo de octubre iban a tomarse decisiones muy duras, se iba a enterar la banda de díscolos que había venido a poner firme. Más ágil esta vez que Basescu, Ponta recogió el guante, y con gesto y risita de niño travieso le contestó que aquello iba a ser el Oktoberfest. No un festival, replicó la dama muy seria, y le explicó al gracioso simpático que en en los festivales se bebe cerveza, y ellos se reunían para tomar decisiones.