En el noroeste de Rumanía se encuentra Maramures o "Tierra de la Madera". Es una región fronteriza con Ucrania que, debido a su aislamiento secular, conserva muchas peculiaridades que hacen de ella una de las zonas más pintorescas y genuinas del país. La mejor forma de acceder a ella es desde Baia Mare, capital administrativa de la región. Desde aquí ascendemos por una serpenteante carretera que nos lleva hasta el alto de Gutai, desde donde podemos disfrutar de una estupenda vista de Maramures con sus colinas suaves y verdes. Desde aquí podemos apreciar también cómo su población está muy dispersa, con numerosas aldeas y casas aisladas.

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Descendemos y nos adentramos por el Valle de Iza. Ya se está haciendo de noche y buscamos algún lugar donde alojarnos. Muchas casas privadas ofrecen alojamiento a muy buen precio. Paramos en Ieud y preguntamos en una de ellas. Nos atiende un hombre orondo con gran bigote y mejillas coloradas. Razvan es el maestro de la escuela de Ieud y para compensar su mísero salario ofrece alojamiento en su casa. Al no haber restaurantes nos prepara también la cena y el desayuno. Nos enseña la habitación, toda de madera, muy acogedora y, lo mejor, con una chimenea portátil conectada a la principal. Nos asegura que vamos a pasar calor lo cual, a finales de octubre, se agradece. Mientras su mujer, Mihaela, prepara la cena nos vamos a dar una vuelta por el pueblo. Lo más destacado es su iglesia de madera, la Biserica din Deal, de finales del siglo XVII. Es una de las casi cien iglesias de este tipo que hay por toda la región, muchas de ellas protegidas por la Unesco. Antes de cenar nos metemos en la tienda-bar del pueblo a tomarnos una cerveza. Nada más entrar nos deslumbran los dientes de oro del personal que allí se encuentra. La gente es abierta y enseguida entablan conversación con nosotros. Empiezan con las preguntas habituales: ¿de dónde somos?, ¿a qué nos dedicamos?, ¿cuántos años tenemos?... Alguno habla un poco de español y es que desde Maramures, una de las regiones más pobres de Rumanía, emigraron muchas personas a España, como ya intuíamos por la cantidad de coches con matrícula española que se ven por sus carreteras.

Nos despedimos de nuestros "amigos de oro" y nos vamos a casa de Razvan y Mihaela. Cenamos con él mientras la mujer nos iba trayendo la cena. ¡El machismo en la zona rural está muy arraigado! La comida es excelente, con platos típicos de la región, y todo regado con horinca, el aguardiente local... Nos dice que bebemos como si fuéramos de allí... Entre el horinca y la chimenea la atmósfera se va caldeando y Razvan comienza a contarnos historias de la zona. Nos habla de cómo la emigración ha cambiado muchas cosas debido a las remesas de euros que comenzaron a llegar. Incluso nos habla de la destrucción del patrimonio artístico debido a que muchas familias tiraron sus casas tradicionales para hacerse unas nuevas más grandes y coloridas aunque conservando las altas puertas de madera de los corrales, cubiertas con tallas decorativas y dotadas de sus propios tejados. También nos cuenta Razvan que en muchas casas donde hay una chica en edad de casarse se colocan en su exterior toda clase de artefactos de cocina para que los que pasen por allí lo vean y sepan que en esa casa tienen una hija casadera. Antiguas costumbres que todavía se mantienen en este recóndito lugar.

Dormimos muy bien y a la mañana siguiente, tras un desayuno nada dietético, nos despedimos con pena de Razvan y Mihaela y seguimos viaje por el valle hacia Poienile Izei, pequeño pueblo situado en un paraje precioso. Aquí se encuentra una de las mejores iglesias de madera de la zona. Construida a comienzos del siglo XVII es Patrimonio de la Humanidad y destaca por los frescos creados en 1794 por Gheorghe din Dragomiresti. Tras la visita cultural nos dirigimos a la tienda-bar y coincidimos en que también debería ser Patrimonio de la Humanidad. Una vez más la gente encantadora y hospitalaria y con muchas ganas de conversar.

Por la tarde regresamos por el Valle de Viseu. Más amplio que Iza pero con más población y pueblos más grandes. Saliendo de Viseu de Sus nos encontramos con un mercado de fin de semana. Paramos para observar el panorama. Las señoras, con sus faldas de colores y botas de goma, podrían pasar por unas hipsters a la última moda. Al salir paramos a un grupo de ellas que estaban haciendo autostop. Con sus colores y dientes de oro nos amenizaron los siguientes kilómetros hablando y riendo sin parar. Eso sí, cuando les pregunté si les podía hacer una foto, posaron con todo el glamour posible.

Saliendo del valle paramos en el monasterio de Barsana. Su iglesia se considera la estructura de madera más alta de Europa. Es el mayor centro de peregrinaje de Maramures pero es moderno y no tiene el encanto de las pequeñas iglesias de madera del siglo XVII. A las monjas ortodoxas que lo habitan les debe de ir bien ya que casi nos atropellan cuatro de ellas cuando salían a toda velocidad del recinto en un flamante Volkswagen Golf negro.

Terminamos la excursión en Sighetu Marmatiei, la capital histórica de Maramures. Es el centro industrial y universitario de la región, también conocido por encontrase allí una de las prisiones más opresivas de los primeros tiempos del comunismo. Cerca de Siguet está el pueblo de Sapanta conocido por el llamado Cementerio de la Felicidad, en cuyas cruces y lápidas aparecen versos y pinturas que relativizan la muerte. Todo un ejemplo de surrealismo e ironía. Y es que… ¡Rumanía nunca falla!

Nos quedamos encantados con esta excursión por Maramures y nos comprometemos a regresar en primavera, con más días. El paisaje, la gente, la comida, la arquitectura hacen de esta región uno de los lugares más recomendables para visitar en este país.

Fausto López Salgado -Transilvaniatrekking.com

Director de Transilvaniatrekking.com, una empresa que organiza viajes a lo largo y ancho de Rumanía