No existe demasiada literatura española cuyo escenario se desarrolle en Rumanía, por lo que Misión en Bucarest y otras narraciones es una rara excepción. Su autor, el escritor, periodista y diplomático, Agustín de Foxá, es hoy un proscrito debido a su filiación política pero, superados algunos párrafos profundamente reaccionarios y otros estremecedoramente antisemitas – y a un servidor le ha costado su esfuerzo -, su aguda descripción de una Rumanía fastuosa, vetusta y turbulenta merece una detenida lectura, explica Carlos Basté en su blogBucarestinos.

Agustín de Foxá, conde de Foxá y marqués de Armendáriz, nació en Madrid en 1903, estudió en el Colegio del Pilar, cursó la carrera de Derecho y en 1930 ingresó en la carrera diplomática, siendo destinado a Sofía y Bucarest. Amigo de Jose Antonio Primo de Rivera, simpatizó con Falange desde el principio y junto a Sánchez Mazas, Dionisio Ridruejo y otros formó el núcleo intelectual de la formación política.

Famosas fueron sus cenas de Carlomagno, celebradas en el Hotel París, en la Carrera de San Jerónimo, en las que, de riguroso smoking, el grupo honraba al emperador de Occidente dejando siempre al ausente convidado regio la presidencia vacía pero cubierta con una piel de corzo.

Foxá se encontraba en Madrid cuando estalló la Guerra Civil y, aunque estuvo a punto de ser fusilado, su pasaporte diplomático le salvó del paredón y pudo escapar a Bucarest como Secretario de la Representación Diplomática de la República.

En Bucarest, Foxá fingió su adhesión a la causa republicana mientras ocultaba su simpatía por Franco hasta que, pasados unos meses, admitió su doble juego. Acabada la guerra, ocupó varios puestos diplomáticos en Roma, Helsinki y Buenos Aires y en 1959 fue nombrado académico de la RAE, aunque la muerte le impidió tomar posesión del sillón Z que le correspondía.

En Misión en Bucarest aparece el Foxá diplomático metamorfoseado en Julio Vega, un personaje que escapa de una España en llamas para trasladarse a Rumanía, atravesando Europa en tren. Primero se traslada a Bucovina, donde comparte charlas, visitas turísticas, mesa y cacerías con algunos nobles germanos decadentes y con los miembros de la sección local de la Guardia de Hierro, cuya ideología comparte totalmente, sobre todo su rencor a los judíos, a los que caricaturiza esperpénticamente.

Empezado el invierno, la acción se traslada a un Bucarest de lujos y legaciones diplomáticas, fiestas e intrigas políticas, una ciudad descrita con detalle, admiración e ironía (o sarcasmo, en el caso de los representantes soviéticos).

La misión de Julio es hacer creer a todos que simpatiza con la República cuando, en realidad, a quien pertenece fiel es a los militares rebeldes. La trama es prometedora pero, desgraciadamente, lo que debía ser una novela quedó ahí interrumpida, dejando al lector con ganas de saber más.