Llevaba casi 3 meses sin escribir en el blog Rumanía Empresarial. Nunca había estado tanto tiempo, y yo mismo me urgía a recuperar el ritmo de antaño. Pero por una razón u otra no tenía tiempo o no tenía ganas. O las dos razones a la vez.

José Miguel ViñalsFoto: Hotnews

La falta de tiempo es de agradecer. He tenido bastante trabajo últimamente, proyectos bonitos a los que vale la pena dedicar horas. Además hemos cambiado de despacho para estar más céntricos y eso se ha notado mucho en la afluencia de gente al Consulado Honorario. La falta de ganas denotaba, por contra, algo preocupante: un cierto desconcierto ante la situación del país. Creo que esta frase merece una explicación.

Como los seguidores del blog saben, llevo años – desde el 2007 exactamente – promocionando la inversión en Rumanía, especialmente en Timisoara y oeste del país. Intento resaltar los factores diferenciadores positivos que aumenten el atractivo del país a los ojos del posible inversor extranjero. Son muchos, y por tanto los he recitado convencido y de forma repetitiva, desgranándolos, como si de de las cuentas de un rosario se tratase. No he dejado de exponer aquellos puntos que el país debe mejorar según mi punto de vista, pero sin entrar excesivamente en detalle ni hacer sangre. Pero mis ganas de no incidir en las debilidades rumanas no puede obviar mi falta de entusiasmo con el ritmo de las reformas que este país tanto necesita y mi desilusión ante la lentitud del cambio. Quizá ambas razones para no teclear nada, el aumento de trabajo y el desconcierto, están ligados. El hecho es que por la primera causa viajo mucho más que antes por el país, con lo que soy mucho más consciente de algo que siempre he criticado: la falta de infraestructuras.

Soy amante del tren. Particularmente no me gustan los coches. Me saqué el carnet a los 24 por obligación inducida. Nunca lo usé, y recientemente he descubierto que lleva años caducado. Pues vale. Cuando en el 2000 era director financiero de Europa del Sur para una empresa americana (con derecho a cualquier coche que quisiera) y compaginaba mi actividad entre Barcelona, París y Milán, siempre que podía cogía el tren de noche para ir de una a la otra. Mi preferido era el talgo español: cómodo, puntual, bonito, buena cena y buen desayuno, por este orden. Llegar a las 8 de la mañana a Paris Austerlitz o a la Stazione Centrale, relajado, duchado y habiendo desayunado sentado en el vagón comedor era un verdadero placer que echo de menos. En las tres ciudades nunca necesité coche, el transporte público es más que suficiente para llegar puntual y barato a cualquier destino. Hace ocho años, en mi primer viaje

Timisoara-Bucarest cogí el tren de noche: feo como pocos, destartalado, baños comunes que rara vez funcionan, ni cena ni desayuno ni posiblemente ganas de comerlo si lo hubiera. al menos está relativamente limpio. La puntualidad es la excepción, la norma es tardar 10 horas para 580 km. Ocho años después sigue exactamente igual. ¿Qué se ha hecho en estos años para mejorar la situación? Nada.

Pues entonces, iremos en coche, de acompañante claro, la intención es llegar. En ocho años se han construido algunos trozos de autopista. pero Bucarest-Timisoara representa 8 o 9 horas de viaje, con largos, larguísimos tramos de carretera de 1 carril por sentido, plagado de trailers colapsando la paciencia de los miles de conductores que cada día circulan por ellas y que acaban cediendo al adelanto, a menudo imprudente, por desesperación, al tiempo que leen irónicos carteles en cada pueblo que claman que “Viata are prioritate” (La vida tiene prioridad). Y entonces piensas que lo único que en verdad tiene prioridad son los intereses particulares de aquellos que no consiguen o no quieren tirar adelante la modernización del país, o que sólo la apoyarán si sacan tajada.

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