​Bucarest es una ciudad para ser leída. Llegar allí sin haber recorrido antes sus líneas, sin haber saboreado las palabras que sobre ella han escrito Mihail Sebastian, Camil Petrescu, Norman Manea o, más recientemente, Mircea Cartarescu, pero también Robert D. Kaplan o incluso Agustín de Foxá, es visitarla con los ojos vendados, explica el ingeniero español Carlos Basté en el sitio web greenfugees.org.

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Para el visitante despistado, Bucarest es como un buen vino abierto para un paladar grosero. Obliga a detenerse mientras se degusta, a pensar bien lo que uno está haciendo, llenándose la boca y el cerebro de aromas y matices sin prejuicios ni tragos largos, sólo para saciar la sed.

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