El Parque Cişmigiu, posiblemente el jardín más bonito de Bucarest y, sin duda, el más antiguo. El lugar esconde muchos rincones tranquilos, un par de lagos, decenas de pequeños monumentos a algunos de los más próceres personajes literarios de Rumania, algunos columpios y, en especial, unas enigmáticas ruinas señaladas con el cartel “La Cetate” (Fortaleza), explica Carlos Basté en su blog Bucarestinos.

Prin CismigiuFoto: USER UPLOADED

Sin duda, el letrero induce a error pues los restos que hoy pueden contemplarse en la esquina noroeste del parque, no corresponden a ningún baluarte sino a las ruinas de un monasterio mandado construir en 1756 por el secretario del Príncipe de Valaquia (logofatul) y Gran Ban, Stefan Vacarescu, el mismo que estuvo casado con Ecaterina Vacarescu, la baneasa a la que nos referíamos hace sólo unos días cuando hablábamos del origen del nombre de algunos barrios al norte de Bucarest.

Del cenobio quedan apenas unos muros, un par de bóvedas de medio cañón, varios arcos, una puerta, algunos contrafuertes, una gran pared circular que bien podría haber albergado el ábside de una iglesia y poco más. Se dice que cerca de las bóvedas que todavía se conservan existía un pasillo secreto (¡uno más en esta ciudad deacreditados túneles secretos!) que conectaba la abadía con el cercano Palacio Kretzulescu, que hoy alberga el Centre Europeén pour l'enseignement supérieur de la UNESCO. Junto a estos vestigios se levanta la iglesia de Schitu Magureanu, reconstruida en 1884 a partir de los restos del templo original que había pertenecido al monasterio y que había sido demolido sólo tres años antes.

Desgraciadamente, el rótulo que hoy indica la existencia de esta falsa fortificación sólo constituye un elemento de despiste para los bucarestinos, que bien merecen una explicación más detallada sobre este lugar del que tan poco saben pero que les es tan familiar.