​Enrique Arnau tenía la furgoneta ya desmontada. Había empezado a camperizarla [hacerla habitable] para viajar en el tiempo libre que le deja estar retirado del Ejército español con 71 años. El inicio de la ofensiva rusa en Ucrania, el 24 de febrero, le cambió el paso. Telefoneó al arzobispado para ofrecerse, le indicaron que se pusiera en contacto con la comunidad ucrania local y obtuvo el número de teléfono de Pablo Komarnitskii, monaguillo ucranio de la parroquia de Santa Teresa de Jesús, en la ciudad madrileña de Getafe, informa El País.

Refugiati ucraineni la vama SiretFoto: Daniel MIHAILESCU / AFP / Profimedia

“Tengo una furgoneta de nueve plazas y quiero traer a madres y niños de Ucrania, así que necesito a otro conductor, ¿me ayudas?”, le preguntó. Lo recuerda ahora mucho más lejos, a escasos metros del paso fronterizo de Siret, entre Rumania y Ucrania, que atraviesan sin cesar ucranios que huyen de la guerra (1,73 millones a todos los países vecinos, según datos de la ONU del lunes). “Enseguida le dije que me iba.

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