​Los niños se sienten incómodos cuando sus madres lloran. No saben cómo reaccionar, hacen una mueca que quiere ser una sonrisa de circunstancias. Viktoria es diferente: acaricia la mano de su madre cuando a esta se le humedecen los ojos, relata El País.

Llora porque su hija, de 10 años, acaba de explicar a los periodistas de EL PAÍS que lo que va a echar más de menos es a sus abuelos. Están sentadas en el banco de una parada de tranvía de Lviv, al oeste de Ucrania, a 800 kilómetros de su hogar.

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El País: Refugiados que escapan de la guerra en Ucrania: “Nos estamos ayudando para sobrevivir”