Cualquier observador mínimamente atento se dará cuenta de la cantidad de banderas de la OTAN que ondean en los edificios oficiales de Bucarest. No es un fenómeno reciente. Desde que Rumanía entrase en la OTAN, en 2004, gracias también al buen hacer del extinto rey Mihai, el país ha hecho gala de su atlantismo, explica Carlos Basté en su blog Bucarestinos.

La adhesión a la Alianza supuso su reingreso simbólico a la política y los valores occidentales, tras el aciago período comunista auspiciado por Rusia después de la Segunda Guerra Mundial, pero también una garantía de seguridad frente a posibles injerencias moscovitas.

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