Empecé a aprender rumano escuchando un casete en el coche, en el que una voz femenina, lacónica y de escaso entusiasmo, repetía frases en inglés y rumano, más o menos útiles y algunas muy desconcertantes, para ayudar al viajero en sus avatares por la Rumanía de finales de los noventa, tan lejana de la de hoy, cuenta Carlos Basté en su blog Bucarestinos.

Carturesti LipscaniFoto: Hotnews

Todavía conservo el casete, junto al librito que lo acompañaba, como un gesto de nostálgica lealtad a un fiel compañero de viaje al que no quiero dejar atrás. Años después, además, descubrí que uno de sus autores era Dennis Deletant, el viejo historiador británico, especializado en la Rumanía del siglo XX, que tan buenas lecturas me ha dado, lo que ha reforzado mi apego a ese añejo pedazo de plástico parlante.

Además de por cuestiones puramente prácticas, el motivo que me empujó a aceptar el reto de aquella locutora trotamundos fue superar la frustración que me producía entrar en el sinfín de librerías que encontraba en mi camino y apenas entender algo de los títulos que ofrecían. A pesar de mi ignorancia, en cada uno de mis viajes veraniegos a Rumanía, compraba algún libro y los atesoraba al volver a Barcelona, en una estantería especial, confiando en que un día podría disfrutarlos.

Ese día, por fin, llegó, aprendí la lengua rumana y las librerías se convirtieron entonces en lugares menos distantes, más amables, que abrían generosamente sus puertas ofreciéndome todo aquello que hasta entonces me había esquivado. Libros de Historia – los más anhelados, pues prácticamente no existe bibliografía histórica sobre Rumanía en castellano-, novelas, poesía, libros para mis hijos, libros de fotografía, arte, sociología, antropología o arquitectura, obras y más obras que fueron ampliando mi exigua biblioteca rumana, que hoy tiene ya una considerable cantidad de volúmenes y que para mí constituye un orgullo poder seguir disfrutando.

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