Rumania está viviendo un terremoto político. Esta es, sin duda, la sensación general en Rumania ahora, después de que Klaus Iohannis haya ganado las elecciones presidenciales con el 55,4% de los votos frente al favorito, Victor Ponta, el actual primer ministro y líder del Partido Socialdemócrata. Una grata sorpresa, no cabe duda. La historia y la realidad diaria no prepararon al electorado para la posibilidad de que el próximo presidente pudiese ser de otra etnia y de otra confesión religiosa, en un país mayoritariamente cristiano ortodoxo como siempre ha sido y sigue siendo Rumania, escribe el escritor rumano Norman Manea en un artículo publicado en el diario El País.

Norman ManeaFoto: ICR Londra

Veinticinco años después de una transición vacilante y confusa desde una dictadura comunista hasta una democracia, estos últimos comicios han sido más bien un voto de castigo a la corrupción y a la demagogia actual, así como contra un pasado no muy admirable, dominado por una militancia nacionalista y religiosa estrecha de miras.

El mayor escepticismo hacia toda la cínica clase política, comprometida por los excesivos escándalos fraudulentos y las turbias complicidades, también ha sido un elemento inevitable en el cansancio de un electorado aburrido por la lucha diaria entre Traian Basescu, el arrogante y autocrático presidente, que representa a la derecha política, y el inteligente y frívolo Victor Ponta, el primer ministro de la denominada izquierda. Esto podría explicar, al menos en parte, el sorprendente resultado de las elecciones, que echó por tierra todas las predicciones, y también la victoria de un candidato que no era favorito y sin el carisma y la astucia de su rival, tan habituales en los políticos rumanos, preparados para seducir y engañar a sus seguidores locales. Ni el enorme aparato político que se puso en funcionamiento en favor del Gobierno, ni el apoyo oficial de la Iglesia Cristiana Ortodoxa (¡!) a los nuevos supuestos socialistas, ni la devoción de los barones locales por la Administración parecieron funcionar para el partido gobernante y su líder: el nombre del nuevo presidente es Klaus Iohannis.

Hubo otros elementos que contribuyeron a esta necesaria sorpresa, que es un verdadero acontecimiento para el presente y un reto para la historia del país.

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