La escalada de tensiones entre la pequeña república postsoviética de Moldavia y su secesionista región de Transdniéster es interpretada por la mayor parte de la prensa occidental y las estructuras oficiales de la UE como una manifestación más de la política imperial de Rusia en la región, explica Dmitri Babich, analista en La Voz de Rusia y colabora también para la BBC y RT en asuntos de geopolítica.

Es generalmente olvidado en Europa el hecho de que, tras la breve guerra de 1992, las autoridades de Transdniéster tomaran la decisión de establecer controles fronterizos en la línea de demarcación que dividía esta región del resto de Moldavia.

Bruselas y otras capitales europeas tienden a interpretar la situación de los estados independientes en el territorio de la extinta Unión Soviética según la dicotomía de 'lo malo' (pro ruso) y 'lo progresista' (pro regímenes occidentales).

Son pocos los medios que informan de que los cambios actuales se iniciaron en realidad por la decisión tomada en Chisináu, capital de Moldavia, el pasado abril, de imponer limitaciones a los ciudadanos rusos que viven en Transdniéster (alrededor de 150.000) y que constituyen un cuarto de la población.

Las autoridades moldavas dijeron que lo hicieron para restablecer el orden en la futura frontera este de la UE, organización a la que Moldavia planea unirse. “En Transdniéster, el control y escaneo de los pasaportes rusos en los controles fue interpretado como un movimiento de Moldavia hacia la UE, y su posible fusión con Rumanía (alejándose así de Rusia y Ucrania)”, comenta Svetlana Gamova, especialista en Moldavia que fuera residente en Transdniéster durante muchos años y ahora escribe para Nezavisimaya Gazeta desde Moscú.

Para Transdniéster este hecho significó la necesidad de fortalecer la todavía no reconocida frontera 'intramoldava' y de prepararse para un posible conflicto.

Si se toma en consideración la tumultuosa historia de Moldavia, podrá entenderse el componente dramático de la situación. La capital, Chisináu, y la mayor parte del actual territorio moldavo, fueron parte de Rumanía hasta la Segunda Guerra Mundial.

Mientras que entre 1920 y 1940, el territorio de lo que actualmente es Transdniéster consituyó una pequeña autonomía moldava dentro de lo que era la república soviética de Ucrania. Veinte años de cambios en el contexto de la URSS de Iósif Stalin hizo que esta parte de Moldavia se transformara en un lugar muy diferente.

Con una mezcla poblacional de rusos, moldavos y ucranianos,Transdniéster reaccionó con nerviosismo a los rumores de una reunificación con Rumanía a principios de los años 90, cuando en la estela del colapso de la Unión Soviética se estaba formando rápidamente una nueva realidad geopolítica.

En esta situación tuvo lugar una breve guerra en 1992, después de la cual la lava postsoviética se enfrió por un tiempo, con el río Dniester dividiendo el todavía no reconocido estado de Transdniéster.

Desde entonces, se han llevado a cabo una serie de intentos para resolver el problema en el marco de las llamadas negociaciones en formato 5+2 (Moldavia y Transdniéster, como partes implicadas de la negociación, con Rusia, Ucrania y la OSCE en calidad de intermediarios y la UE y EE UU como observadores).

Hay un número de hechos que contradicen los estereotipos occidentales sobre el tema. Por ejemplo, el cambio de caras en el palacio presidencial: Yevgueni Shevchuk ganó unas controvertidas elecciones presidenciales en 2011 contra Ígor Smirnov, legislador local denunciado por la prensa occidental como un dictador al estilo soviético.

O el dato de que Rusia apoyara en 2003 el impulso de Moldvia para la reunificación, cuando el representante ruso Dmitri Kozak sugirió un acuerdo pacífico para resolver el problema, rechazado en el último momento por el presidente moldavo Vladímir Vorodin bajo la presión de la OSCE.

Incluso ahora los estereotipos siguen obstaculizando el camino a un acuerdo de paz.

La buena relación de trabajo que se había establecido entre los dirigentes de Transdniéster y Moldavia, Yevgueni Shevchuk y Vlad Filat, respectivamente, antes del colapso de la coalición moldava gobernante hace pocas semanas, no es una garantía contra una nueva explosión del volcán.

De hecho, un empujón de la UE para una solución rápida al problema, apoyada por las promesas de integración de Moldavia en la UE como recompensa, puede tener un efecto negativo. Para conseguir progresos, no se debe rechazar el compromiso.