Curioseo la previsión del tiempo para este jueves en Madrid y es inevitable que vuelva a mi memoria aquel 22 de mayo en el que asistí a la boda del Príncipe Felipe con una sencilla y discreta periodista llamada Letizia.

Printul Felipe de AsturiasFoto: AGERPRES

Entraba a formar parte del grupo de herederos de monarquías europeas que decidían casarse con una persona ajena a la realeza dando con ello una imagen de cercanía y naturalidad más acorde con la época y con la sociedad que les rodea.

En ese momento contemplaba la imagen de una familia real totalmente distinta a la actual. Obviamente, mucho ha llovido desde entonces y la lluvia ha traído consigo muchos cambios: elefantes, palacetes e incluso operaciones de estética que podrían haber pasado inadvertidos si el país que los contempla fuera el mismo de aquel lluvioso sábado de mayo.

Pero no es así. Ahora los españoles están quemados y no precisamente por el sol. La crisis que campa a sus anchas por el país ha generado tanta desolación que pocas cosas arrojan una luz de esperanza en el futuro. Con una clase política agotada y un horizonte incierto sólo el afán de superación de los más jóvenes que se resisten a tirar la toalla y nuestro espíritu cálido, ese que hace que tengamos sangre en las venas es lo que consigue que nos neguemos una y otra vez a vivir cada día de la semana como Los lunes al sol.

Puede que por eso sea el momento más oportuno, el que se ha escogido para el cambio. El hartazgo de la sociedad aumenta día a día y algunos han tenido siempre a la monarquía como un símbolo de estabilidad. No me refiero a lo tradicional, a la falta de cambios sino a algo que lleva implícito y que tiene que ver con la seguridad. Ese sentimiento intangible que algunos aún ansían para su futuro, para sus familias, para lo que les rodea.

Este revulsivo ha provocado también otras ideas y otras propuestas alternativas a la monarquía. Un contraste de ideas que lejos de ser negativo son una muestra más del movimiento que emana de la sociedad. Tomando prestadas las palabras del filósofo y economista David Hume en el Tratado sobre la Naturaleza Humana:

“No hay nada que no esté sujeto a discusión y de lo que los hombres más instruidos no tengan pareceres contrarios. Ni el más trivial problema escapa a nuestra polémica, y en la mayoría de las cuestiones de importancia somos incapaces de decidir con certeza”.

Felipe VI encarna la preparación, la discreción, la cercanía, la tranquilidad. Estos son sólo algunos adjetivos que bien podrían asociarse a esa seguridad de la que hablaba y es por ello que se muestra, más que nunca, en la línea de una nueva sociedad. Precisamente su discurso, el que realice una vez haya prestado juramento sobre la Carta Magna, incluirá el avance de la líneas de su reinado. Será por tanto una presentación de intenciones y la apertura de un nuevo camino.

Y desde mi humilde opinión, no hay nada que espere más una sociedad que intenta sacar su futuro adelante que un horizonte despejado.

Por cierto, respecto a la previsión del tiempo: soleado.