La historia del poscomunismo en Rumania está salpicada de pequeños y grandes robos, conspiraciones constantes para privatizar los recursos industriales del país y ponerlos en manos de los más hábiles y mejor conectados, tramas envueltas en otras tramas para arrebatarles a los rumanos los ahorros de décadas.

Gheorghe FunarFoto: AGERPRES

En la época socialista se alcanzó un nivel muy alto de escasez en productos básicos, pese al mantenimiento de los salarios y de niveles aceptables de inflación. Como consecuencia de ello la capacidad de ahorro de la población era elevada, un fenómeno común en los países de sistema socialista. Sin embargo dichos ahorros comenzaron a estar amenazados muy pronto tras la caída de Ceauşescu, en el momento en que la inflación entró en dinámicas de crecimiento hasta alcanzar niveles insostenibles. Si en 1990 la variación anual del IPC fue de apenas el 4%, un año después alcanzó una cota del 223%. En 1992 fue del 199% y en 1993 del 296%, según datos oficiales. Esta escalada de los precios redujo de forma drástica la capacidad de compra de los rumanos, muchos de los cuales aún recuerdan que con el dinero que en 1989 les hubiera permitido adquirir un coche, dos años después aquél apenas les daba para comprar un televisor. Esto contrastaba dramáticamente con la creciente ostentación en forma de casas de vacaciones, coches occidentales y fiestas suntuosas con que los wiseguys del país estaban viviendo. Eran hombres que habían sabido aprovechar sus contactos del pasado, en especial con las compañías de comercio internacional que la Securitate había montado desde los años 60, y que estaban descaradamente protegidos por la clase política emergida alrededor de Iliescu. Sin embargo, esta lenta pero imparable cesión a determinadas manos privadas de los recursos industriales erigidos durante la época socialista, y que tuvo ejemplos de tremenda pillería en casos como la venta de la impresionante flota mercante que tenía Rumania –los nuevos armadores abandonaron los barcos en puertos extranjeros tras cobrar préstamos públicos por valor de 118 millones de dólares destinados a repararlos, un hecho del que el actual presidente Traian Băsescu es el máximo responsable en tanto que ministro de Transportes en aquella época- no fueron los únicos actos de delincuencia económica que afectaron al bienestar de los rumanos. Dos casos extremadamente graves de fraude piramidal, acaecidos en 1993-1994 y 2000, volatilizaron los ahorros de millones de personas, expuestas desde ese momento a un nivel de vida de subsistencia. Ello añadió motivos a la decisión masiva de abandonar el país y encaminarse hacia la vía de la emigración. Esta entrada pretende explicar cómo fueron construidas y qué consecuencias tuvo el colapso de las aún recordadas pirámides de Caritas y FNI. Sucesos acaecidos bajo gobiernos de signo opuesto y que supusieron de modo simultáneo la postración de millones de rumanos y la ascensión a cotas de poder económico y político sin precedentes por parte de grandes magnates que edificaron sus emporios, entre otras causas, gracias al éxito de las estafas piramidales.

En abril de 1992 un mediocre técnico de finanzas llamado Ioan Stoica, que no había logrado terminar la carrera de Económicas, abrió con un capital de apenas 500 dólares una sociedad limitada en Braşov con el nombre de Caritas. Funcionaba bajo el típico esquema de fraude piramidal, o modelo Ponzi, algo que por entonces era absolutamente desconocido en Rumania. Tras inversiones iniciales pequeñas, se prometía una devolución en cantidades muy superiores no basadas en ningún tipo de beneficio producido por la empresa, sino en la entrada de más capital por parte de subsiguientes inversores. Obviamente, este tipo de empresa se colapsaría al cabo del tiempo, dejando un panorama de deudas imposibles de pagar y la pérdida por parte de la base más grande de la pirámide de todo su capital invertido. Solamente unos pocos individuos en su cúspide, informados a tiempo, acababan obteniendo beneficios fabulosos. Ante el poco éxito de su empresa en Braşov, Stoica no tardó en trasladarse a la ciudad de Cluj-Napoca, donde encontraría en su recién elegido alcalde, el ultranacionalista Gheorghe Funar, el mejor aliado para extender su estafa a todo el país. En Cluj Funar le cedió a Stoica un espacio para promocionar Caritas en el mismo edificio de la alcaldía, además de pagar páginas de publicidad en la prensa local con fondos públicos y de aparecer junto al creador del negocio fraudulento en la televisión. Funar defendió en sus discursos públicos la legalidad de la estafa y accedió a que Caritas organizara grandes actos publicitarios en el estadio de la ciudad. Ante esta avalancha de estímulos a favor del esquema piramidal de Caritas, lo cual se sumaba a la rápida caída del nivel de vida de la población, vinculada a la escalada inflacionaria y a la falta de atractivo de los productos financieros ofrecidos por los bancos, miles de ciudadanos de Cluj entraron en el juego. Las inversiones mínimas pasaron de 2.000 lei -10 dólares- a 10.000, y luego a 20.000. A partir del verano de 1993 Caritas se expandió a todo el país. Por entonces se calcula que 660.000 ciudadanos habían ya participado en la estafa, la cual fue creciendo en progresión geométrica a lo largo de 1993. Se estima que a comienzos del siguiente año entre tres y cuatro millones de rumanos, una quinta parte de la población adulta, habían invertido buena parte de sus ahorros en Caritas, aunque un informe del banco Bancorex apuntaba que entre un 35% y un 50% de los hogares de Rumania estaba de hecho empantanado en la millonaria estafa. El presidente del Banco Nacional de Rumania, el futuro primer ministro Mugur Isărescu, afirmó que un tercio de los billetes en curso estaban invertidos en Caritas, lo cual suponía aproximadamente mil millones de dólares, un 20% del presupuesto del Estado. Rumania no tenía por entonces legislación alguna de protección de la ciudadanía ante fraudes de tipo piramidal. Además, tras las elecciones de septiembre de 1992, en las que Iliescu fue reelegido como presidente pero en las que había perdido la mayoría parlamentaria, el gobierno necesitaba de las opciones nacionalistas como las representadas por Funar para seguir al frente del país. En efecto, tras la ruptura entre Iliescu y Petre Roman el año anterior, el FSN se había dividido en dos. Por una parte, la opción cercana al presidente se conformó como Frente Democrático de Salvación Nacional –FDSN-, mientras Roman mantuvo el nombre de FSN. En las elecciones parlamentarias, el FDSN consiguió la victoria, pero con apenas un 34% de los votos –el FSN consiguió un 13%, mientras la unida oposición de derechas obtuvo un 20%-, lo cual le dejaba a expensar del ultranacionalismo: el Partido de la Unidad Nacional de los Rumanos de Funar –PUNR- alcanzó el 9% y 30 diputados; mientras el Partido de la Gran Rumania –PRM- un 4% y 16 escaños. Funar se convertía en un factor fundamental de estabilidad en el nuevo gobierno, dirigido por Nicolae Văcăroiu. Su implicación en el asunto de Caritas impedía, por tanto, que el gobierno tomara alguna iniciativa para detener el fraude antes de que éste explotara. Por otra parte, los chicos listos de las privatizaciones estaban también invirtiendo grandes cantidades de dinero en el esquema piramidal, asegurándose mediante sus contactos políticos la información privilegiada necesaria para retirar sus inversiones con inmensos beneficios antes de que Caritas se desplomara. El resto de millones de inversores, ciudadanos de las clases subalternas, seguían ignorantes del riesgo de bancarrota y de pérdida de sus ahorros. El SRI –servicio de inteligencia- advirtió al gobierno de las proporciones de fraude, pero Iliescu alegó el riesgo de disturbios si intervenía para detener a Caritas. En el otoño de 1993 el asunto llegó a oídos de periódicos occidentales, que publicaron información detallada sobre la masiva estafa piramidal que se estaba edificando en Rumania. Los periódicos rumanos se sumaron a ello y el mismo presidente Iliescu decidió dar luz verde para que el parlamento legislara sobre los modelos piramidales. Sin embargo ya era demasiado tarde. Caritas detuvo temporalmente los pagos en diciembre de 1993, aunque Stoica aseguró que se trataba de un error informático y abrió poco después un supermercado en Cluj-Napoca para demostrar la vitalidad de su empresa. Pero en febrero de 1994 hubo nuevos parones en la actividad de Caritas y, finalmente, en el mes de mayo, ésta detuvo definitivamente sus operaciones. Ioan Stoica fue procesado y condenado a siete años de prisión en 1995. Sin embargo las diferentes instancias judiciales redujeron la sentencia en diversas ocasiones, y en junio de 1996 Stoica salió de la cárcel para no regresar a ella jamás. En el camino varios millones de rumanos perdieron su dinero en una cantidad de al menos 450 millones de dólares, lo cual para uno de los países más pobres de Europa significaba la volatilización de todos los ahorros para una enorme porción de la población. Pese a los miedos de Iliescu, la frustración popular no devino en violencia desesperada, más teniendo en cuenta que Rumania había estado acostumbrada a los baños de sangre desde diciembre de 1989. A diferencia de lo que ocurriría en Albania en 1997, con el colapso casi simultáneo de diferentes estafas piramidales y la posterior oleada de protestas que hizo caer al gobierno e instauró un trágico caos que se llevó la vida de dos mil personas, los rumanos reaccionaron al fraude de Caritas con increíble estoicismo y pasividad. Ni siquiera le dieron la espalda electoralmente a Funar, que fue reelegido sucesivamente a la alcaldía de Cluj hasta 2004 y se convirtió, con su radicalismo anti-húngaro, en un personaje importante de la política nacional primero con el PUNR y después en las filas del PRM, con el que se fusionó en 1998.

En noviembre de 1996 Iliescu perdió la presidencia, mientras su partido –ya convertido en Partido de la Democracia Social de Rumania, o PDSR- se vio privado de la mayoría parlamentaria por vía electoral. La oposición de derechas, unificada en la llamada Convención Democrática Rumana, CDR, consiguió que su candidato, el catedrático en Geología Emil Constantinescu, derrotara a Iliescu en las elecciones presidenciales, mientras en las parlamentarias alcanzaba un 30% de votos y, con la ayuda de las huestes de Roman –ahora bajo el nombre de Partido Demócrata-, pudieron formar gobierno. La CDR llegaba al poder con un programa de saneamiento democrático, lucha contra la corrupción y modernización de la economía a través de medidas de corte ultraliberal. Sin embargo, las privatizaciones masivas impuestas por el primer ministro Victor Ciorbea -que contrastaban con el sexenio Iliescu de privatizaciones selectivas en la industria-, hundieron aún más el nivel de vida de la mayoría de rumanos. El Producto Interior Bruto se contrajo en un 6% en 1997 y en un 5% al siguiente, mientras reaparecía el problema de la hiperinflación: 82% en 1997 y casi el 60% un año después. Además, la CDR distaba mucho de ser una coalición armónica, lo cual determinó que en abril de 1998 Ciorbea fuera sustituido por Radu Vasile, el cual a su vez cedió su puesto a Mugur Isărescu, gobernador del Banco Nacional de Rumania, en diciembre de 1999. Fue en la cara del antiguo banquero del Estado que estalló una nueva estafa piramidal iniciada justo después de la toma del poder por parte de la CDR, cuando el panorama bancario se había tornado absolutamente caótico. Hasta cinco bancos privados se declararon en bancarrota en menos de cuatro años, lo cual llevó a inversores y ciudadanos con ahorros a sentirse tentados por entidades dedicadas a los fondos comunes de inversión –collective investment schemes. Ya no eran burdas maniobras con discurso populista, como la que había representado Caritas, sino productos financieros igual de engañosos pero con nombres técnicos y denominaciones modernas. El más famoso y fraudulento de estos fondos, que prometía beneficios de tres y cuatro veces la cantidad invertida, fue el llamado FNI -Fondul Național de Investiții-, que en el año 2000 ya contaba con activos cercanos a los 170 millones de dólares y con más de 300.000 inversores. Dado que en muchos casos un inversor era en verdad una firma-puente que gestionaba el capital de varios ciudadanos, el FNI contaba con los ahorros de cerca de un millón de rumanos. Pese a los sucesos en Albania, que fueron portada durante semanas en los periódicos debido a la magnitud de la tragedia –los arsenales militares fueron saqueados y centenares de miles de armas automáticas y municiones cruzaron la frontera y terminaron en manos de la guerrilla kosovar UÇK-, los rumanos no parecieron darse cuenta que el FNI no era más que una forma más sofisticada de estafa piramidal. No es raro encontrar a gente que, tras perder sus ahorros en Caritas, volvió a meter en el FNI lo poco que había conseguido juntar de nuevo.

El hombre que estaba detrás del entramado era el empresario Sorin Ovidiu Vântu, uno de los wiseguys enriquecidos a comienzos de la década. Cierto que Vântu no había sido un nomenklaturista del partido o de los servicios de seguridad, de hecho había sido encarcelado de joven por actividades subversivas. Pero al parecer fue desde la cárcel cuando comenzó una oscura relación con la Securitate que le garantizó tras la Revolución los contactos necesarios para iniciar sus negocios. Su firma, SOV Invest, tenía en 1996 los fondos suficientes como para iniciar la aventura FNI, en cuya nómina constaban muchos antiguos oficiales de los servicios de seguridad ceauşistas. Además de contactos, el FNI también contaba con los padrinos necesarios para dar una imagen de seguridad: el banco público CEC garantizó que, en caso de bancarrota, el FNI repondría a los inversores al menos la cantidad que habían puesto en el fondo, algo que obviamente era falso. Una masiva campaña de prensa –bajo el lema “Duerme tranquilo, el FNI trabaja para ti”- popularizó la marca y miles de rumanos cayeron en la trampa. A comienzos del año 2000, no obstante, los rumores de incapacidad de pago empezaron a proliferar. Algunos inversores, avisados a tiempo, sacaron su dinero –y sus beneficios- de la caja del FNI. Fue el caso de Liviu Luca, presidente de la Federación de Sindicatos Libres e Independientes de Petrom, representante de 80.000 de los trabajadores de la enorme empresa petrolera pública rumana. Las relaciones de Luca con Vântu le permitieron obtener pingües beneficios de la estructura fraudulenta montada por éste y con el tiempo se convirtió en el sindicalista más rico de Rumania, más aún tras la privatización de Petrom en 2004. En cualquier caso, cientos de miles de rumanos, no fueron avisados a tiempo –en ello consistía la estafa- y acabaron perdiendo enormes cantidades correspondientes a sus ahorros. Ioana Maria Vlas y Nicolae Popa, responsables del fondo y testaferros de Vântu a través de SOV Invest y de su otra gestora, Gelsor, decidieron huir del país. Vlas fue detenida en el año 2003 y pasó cinco años en la cárcel, mientras Popa no cayó hasta abril de 2011 tras pasarse más de una década escondido en Indonesia. Mientras tanto el pánico provocado por la bancarrota del FNI afectó a varios bancos privados, que vieron cómo miles de sus clientes cancelaban sus cuentas y sacaban su dinero de ellas. El gobierno, curiosamente encabezado por alguien que había dirigido el Banco Nacional, se mostró totalmente incapaz de reconducir la situación. Esto fue el golpe de gracia a un gobierno de derechas que había asumido el poder con propuestas de regeneración y en verdad había hundido a los rumanos un poco más en la miseria. En diciembre Iliescu y su partido volvieron al poder. Las pérdidas vinculadas al FNI fueron menores que en el caso Caritas, pero aún así supusieron la desesperación económica de miles de familias rumanas. Los responsables del banco público CEC fueron procesados y Vântu fue investigado, pero éste no pasó mayores apuros legales mientras utilizaba los beneficios de su estafa para levantar uno de los más importantes emporios mediáticos del país, el grupo Realitatea, compuesto por cadenas de televisión y de radio, periódicos y publicaciones varias, además de intereses en entidades bancarias diversas. Sus tentáculos penetraron en el mundo de la política y le convirtieron en uno de los hombres más influyentes de Rumania, estatus que aún disfruta hoy día.

Las estafas piramidales en la Rumania de los años 90 se inscriben en un contexto muy determinado, el de la dolorosa transición del socialismo al capitalismo que supuso –pese a los discursos de cambio lento de Iliescu y de anticorrupción de la CDR- la destrucción de buena parte del tejido productivo del país, la elevación de los precios a cotas sofocantes y la apropiación de modo fraudulento y opaco de los mecanismos de control económico por parte de chicos listos salidos directamente del anterior sistema o, cada vez más, por parte de empresas extranjeras. En dicho contexto millones de rumanos pusieron sus esperanzas en fraudes de características piramidales para escapar de las apreturas económicas, o para alcanzar un nuevo estatus, ya fuera cambiando el viejo Dacia por un nuevo coche occidental, ya fuera escapando de sus apartamentos de tipo ceauşista hacia sus soñadas casas de las afueras. Estos fenómenos –que no fueron propios de Rumania, sino que se repitieron en otros países balcánicos ex-socialistas- no fueron la principal causa de la caída del nivel de vida de los rumanos, pero coadyuvaron a dicha dinámica. La presión mediática y el colaboracionismo o incompetencia de los poderes políticos impidieron en buena medida que los rumanos ignoraran los cantos de sirena para enriquecerse en el corto plazo sin esfuerzo. Como en otras grandes estafas posteriores, por ejemplo la relacionada con la crisis bancaria global del año 2008, es bastante probable que los mayores responsables de las mismas no sean precisamente sus víctimas.