En el marco de las actuales revueltas en el mundo árabe se han publicado opiniones que trataban de situarlas comparativamente al lado de las revoluciones de 1989 en Europa del Este. Dado que la revuelta libia ha acabado derivando en una cruenta guerra civil, tras la negativa de Muammar al-Gaddafi de abandonar el poder como lo hicieron anteriormente Zine Ben Alí y Hosni Mubarak, muchos periodistas y opinion-makers han especulado con la posibilidad de que el líder libio termine sus días del mismo modo que Nicolae Ceauşescu. El juicio y ejecución del presidente rumano se dio en el contexto final de la revolución rumana, cuando una violencia extrema se había desatado en las principales ciudades del país justo unas horas después de su huída en helicóptero, explica el doctor en Historia, Alex Amaya, en su blog "Romania prin perdea".

Muammar Gaddafi si Nicolae Ceausescu, februarie 1974Foto: AGERPRES

Como tratará de ser explicado en futuras entradas, francotiradores no identificados, los llamados terorişti, sembraron las calles de cadáveres –casi 900 en todo el país- y provocaron un caos que a ojos de las nuevas autoridades del país, así como de la prensa occidental, solamente podía ser abortado con la ejecución del matrimonio Ceauşescu. Del mismo modo en que el juicio sumarísimo del 25 de diciembre de 1989 fue acogido con normalidad en el contexto de violencia y muerte provocado primero por la represión ceauşista y por los terorişti después, actualmente la prensa mundial parece estar sentando las bases para situar en un mismo tipo de normalidad -o desarrollo natural de acontecimientos- bien una intervención militar de la OTAN en Libia, bien un posible ajusticiamiento de Gaddafi en el tramo final de la actual guerra civil. Al igual que más de veinte años después de la revolución rumana existen elementos suficientes como para juzgar con severidad el papel de la prensa occidental en aquellos días, así como la primigenia política comunicativa del Frente de Salvación Nacional, –se habló por ejemplo de más de 4.000 muertos en la represión de las manifestaciones en Timişoara, cuando en verdad fueron 63, un total de 162 en todo el país-, será necesario no olvidar la línea informativa actual sobre Libia para futuros análisis una vez que se disponga de más información que la que envían los corresponsales y filtran las redacciones.

En todo caso, aprovechando la posible analogía que está haciendo la prensa entre el líder libio y el depuesto presidente rumano, no está de más recordar que en su época de apogeo como actor de peso en la escena internacional, Ceauşescu se sintió fascinado por Gaddafi, y por ello le dedicó una atención especial en su política exterior norteafricana. Ciertamente, la cercanía que Ceauşescu quería tener con Gaddafi no era, por una vez, un elemento diferenciador con respecto a la Unión Soviética, dado que ésta había reconocido inmediatamente al nuevo gobierno libio tras el golpe de Estado de 1969 y pronto sintió la necesidad de estrechar vínculos con Gaddafi en el progresivo distanciamiento con respecto a Egipto que había iniciado Anwar el-Sadat en 1970. Pese a que Gaddafi desplegaba una retórica abiertamente anticomunista, que incluía la represión sin cuartel de los comunistas locales así como la colaboración activa con Sudán en la caza de izquierdistas desplegada por Numeiry a partir de 1971, la URSS percibió en el antiamericanismo del nuevo gobierno libio una prometedora posibilidad de influencia que podría llegar a sustituir la decreciente confianza en el gobierno egipcio. También era una oportunidad de negocio, como demostró la firma en 1975 de un acuerdo de exportación de armamento cuyas cifras eran totalmente exorbitantes y que incluían el estacionamiento en Libia de 3.500 asesores militares soviéticos. Sin embargo, la volatilidad del carácter de Gaddafi, así como su errática política exterior -que incluía apoyo explícito al terrorismo internacional y una cruenta intervención militar en Chad- llevó a un alejamiento progresivo de la URSS con respecto a Libia. Esto determinó, por ejemplo, que durante el ataque aéreo de Estados Unidos contra el país norteafricano, en abril de 1986, los soviéticos se negaran a compartir esencial información de inteligencia con Gaddafi.

En julio de 1978 Ion Mihai Pacepa se convirtió en el oficial de inteligencia de más alto rango que desertó durante la Guerra Fría. Pacepa era vicejefe del departamento de inteligencia exterior de la Securitate, además de asesor principal de Ceauşescu en seguridad nacional y desarrollo tecnológico. En 1987 publicó un libro –Red Horizons- que contiene una interesante aproximación a las relaciones entre Gaddafi y Ceauşescu. Pese a que Pacepa se ha caracterizado desde entonces -y hasta la actualidad- por mentir más que por revelar cosas de importancia, y por ello hay que coger con pinzas todo aquello que publica o dice, sus anécdotas sobre las relaciones rumano-libias pueden ser ilustrativas del carácter de sus respectivos dirigentes.

Según Pacepa, Ceauşescu se había sentido deslumbrado por la arrogancia juvenil de Gaddafi. Él, que había alcanzado el liderazgo de su país a una edad relativamente temprana para lo que era habitual en los países del socialismo real, y que se había enfrentado a los intereses de la superpotencia soviética, no podía menos que sentir un irremediable interés por el imberbe coronel de 27 años que había asumido el poder tras un golpe audaz, había abolido la monarquía libia, había expulsado a las tropas británicas de sus bases y había amenazado a Estados Unidos y a la Unión Soviética con barrer su influencia en el Magbreb-Máshreq. Gaddafi aplaudió en 1972 la expulsión de todo personal militar y civil que la URSS había instalado en Egipto, por lo que, en la línea independiente que estaba promoviendo por sí mismo, Ceauşescu apreció en ello la posibilidad de encontrar en Libia una salida norteafricana a sus ansias de notoriedad internacional. Con todo, el hecho que Ceauşescu no hubiese roto relaciones con Israel tras la guerra de 1967 determinó que Gaddafi tardara un tiempo en mostrarse receptivo a los flirteos del líder rumano. Finalmente, en febrero de 1974 Ceauşescu fue invitado a visitar Libia, antes de lo cual, según Pacepa, Ceauşescu dedicó largo tiempo a estudiar todos los informes disponibles sobre el carácter personal de Gaddafi. Tras la perceptiva recepción en el aeropuerto de Trípoli, el líder libio invitó a Ceauşescu y sus colaboradores a su despacho. Cuando la reunión estaba a punto de comenzar Gaddafi se levantó de su silla y se dirigió a un rincón de la estancia, poniéndose a rezar durante más de veinte minutos.

Ceauşescu, conocido por sus arrebatos de furia en circunstancias menos provocativas, se mostró impasible y esperó paciente a que Gaddafi terminara. Cuando esto hubo sucedido el presidente rumano le dijo al joven coronel que se sentía muy cercano a él por su política exterior independiente y por su voluntad revolucionaria. Ceauşescu, además, afirmó que la devoción islámica de Gaddafi era idéntica a la que él sentía por las creencias marxistas-leninistas, y que ello les convertía en líderes poco menos que gemelos. El por entonces Presidente del Consejo del Mando de la Revolución Libia no se sintió aparentemente impresionado por estas palabras, por lo que la reunión no registró avances importantes. Al día siguiente, sin embargo, Ceauşescu sorprendió a Gaddafi con un regalo excepcional: la primera copia manuscrita del Corán en lengua rumana, que había hecho traer de urgencia desde Bucarest. Gaddafi se emocionó al verlo y le dijo a Ceauşescu “¡Hermano! ¡Tú eres mi hermano por el resto de mi vida!” Desde entonces las relaciones entre ambos países quedarían totalmente abiertas.

Rumania se volcó en todos los ámbitos posibles de colaboración, incluidos el educativo: las universidades rumanas, por ejemplo, estuvieron abiertas a los estudiantes libios y miles de profesores rumanos se trasladaron a Libia para reforzar el programa de alfabetización de Gaddafi. Rumania también echó una mano en el ámbito sanitario, aportando material y personal suficiente para los nuevos hospitales de la República Árabe Libia, así como el de la construcción de complejos agroindustriales. Pacepa menciona también la ayuda en inteligencia, que incluía al parecer la provisión de pasaportes perfectamente falsificados por la Securitate para ser luego utilizados en actos terroristas patrocinados por Libia. A cambio Rumania comenzó a recibir petróleo y gas libios en cantidades importantes y, lo más importante, tecnología occidental para construir una enorme planta por valor de 400 millones de dólares que tanto le daría a Rumania la capacidad de vender productos petrolíferos refinados como permitiría a Libia sortear un hipotético bloqueo occidental contra sus actividades económicas a resultas de su violenta política exterior. Gaddafi, al parecer, también patrocinó el costoso desarrollo del tipo de motor necesario para el nuevo carro de combate rumano TR-85, que Ceauşescu quería convertir en competidor del T-74 soviético.

Ceauşescu en compañía de Gaddafi durante la visita del primero a Libia en febrero de 1974. Foto extraída de "Fototeca online a comunismului românesc", Cota: 4/1974

La insistencia de Ceauşescu en mantener relaciones cordiales con Israel enturbió sin embargo su amistad con Gaddafi, el cual estaba radicalizando progresivamente su política exterior a la vez que instauraba en su país el llamado gobierno de las masas. En 1979, en el marco de una gira africana de dos semanas, Ceauşescu volvió a ser recibido en Trípoli por un Gaddafi que había abandonado todos los cargos oficiales y ejercía simplemente de líder de la revolución. La gira africana de Ceauşescu buscaba la obtención de nuevas fuentes de materias primas para su desarrollo industrial, que comenzaba a dar visos de esclerosis, además de la apertura de mercados para sus productos refinados. En el caso libio se buscaba profundizar unos intercambios económicos que tras cinco años apenas habían llegado a suponer un 2,9% del comercio exterior rumano, lo cual, empero, significaba un 76% del total de relaciones económicas rumanas con todo el continente africano. Pese a la intensiva política exterior y los aspavientos internacionales del presidente de Rumania, la dependencia económica con respecto a la URSS seguía siendo notable y la integración con los países del CAME era una necesidad ineludible que el mismo proceso económico de Rumania había consolidado. Pese a todo, Ceauşescu viajó de nuevo a Trípoli para fortalecer los lazos con su hermano Gaddafi además de para reflotar su alicaído perfil internacional. Pese a que el líder libio se negó a que Ceauşescu ejerciera un papel de mediador en sus deterioradas relaciones con Egipto a resultas de los acuerdos de Camp David, el viaje de 1979 supuso un importante avance en el intercambio económico. Se aumentaron las partidas de petróleo libio de 2,5 millones a tres millones de toneladas anuales, mientras 3.000 nuevos expertos rumanos viajaron al país para asesorarle en materia industrial, agrícola y de construcción, además de efectuar labores de inteligencia.

El petrolero rumano Independenţa en llamas. Cuando se produjo su explosión accidental, en noviembre de 1979, portaba 95.000 toneladas de crudo libio.

La evolución económica rumana, sin embargo, coadyuvó para que Libia siguiera siendo un socio secundario. La segunda crisis del petróleo determinó que la venta de productos refinados rumanos produjera menos beneficios que lo que costaba la compra de crudo, por lo que la deuda externa de Rumania creció a ritmo galopante. La solución a ello fue una exportación masiva de productos alimentarios en dirección a la URSS que estrechó aún más la dependencia rumana con respecto al gigante soviético. Gaddafi siguió exportando crudo a precios ventajosos, pero los crecientes problemas de la economía de Rumania pospusieron indefinidamente su esperada visita a Bucarest. Pese a que Ceauşescu no criticó la deriva terrorista del líder libio durante los 80, su misma decadencia en el ámbito internacional y la priorización que hizo del crudo proveniente de la URSS o de Irán enfriaron paulatinamente las relaciones rumano-libias. Con todo, pese a que los intercambios económicos nunca habían alcanzado una altura espectacular, es posible afirmar que a un nivel personal existió una conexión entre Gaddafi y Ceauşescu que se mantuvo a lo largo del tiempo. Según Pacepa, cada vez que las delegaciones rumanas viajaban a Libia, Gaddafi se refería al presidente rumano como “su hermano”.

Los rumores sobre que los terorişti de diciembre de 1989 eran mercenarios árabes siempre apuntaron a la posibilidad de que buena parte de ellos fueran libios. Asimismo, en el contexto de su redención internacional a comienzos de los años 2000, el líder libio se negó obstinadamente a tener tratos con el presidente rumano Ion Iliescu, al que no podía perdonar su implicación en el asesinato de Ceauşescu. En noviembre de 2010, tras veinte años de frialdad, se comenzó a negociar una posible visita de Gaddafi a Bucarest, tras un tiempo de reforzamiento de las relaciones económicas rumano-libias que, de todos modos, tampoco habían llegado al nivel de antaño. Los acontecimientos actuales, no obstante, impiden pensar que dicha visita vaya a suceder jamás. Es más, en la extrema lejanía con respecto a lo que podrían haber imaginado Gaddafi y Ceauşescu en su primer encuentro de 1974, lo que está ocurriendo en la actualidad quizá invite a concebir para el líder libio un final similar al que encontró en su momento su hermano rumano.