​"Me secuestraron cuatro jóvenes y me llevaron en un Dacia a un bosque de Ploiesti [a unos 60 kilómetros al norte de Bucarest], donde me torturaron y me golpearon, después me abandonaron a la intemperie sin saber dónde me hallaba". Así relataba el disidente anticomunista rumano Vasile Paraschiv, fallecido en febrero de 2011, a los 82 años, el primero de los tres secuestros a los que fue sometido por la policía secreta de la Rumania comunista, la temida Securitate, el 28 de mayo de 1979. El anticomunista se convirtió en el primer ciudadano que ganó un proceso al Estado de Rumania por la dictadura de Nicolae Ceausescu.

Vasile Paraschiv refuza sa fie decorat de Traian BasescuFoto: AGERPRES

Este jubilado, que cobraba una pensión de 125 euros, debería ser indemnizado con 300.000 euros por daños morales y físicos, según sentenció el Tribunal de Bucarest dos años antes de su muerte. "Ellos [la Securitate] no tenían conciencia ni sentimientos que les hicieran parar de matar. La represión, el terrorismo, los asesinatos y la muerte constituían su trabajo", contaba.

Paraschiv es un loco que ha logrado vencer a la Securitate. La pesadilla de este obrero militante del Partido Comunista Rumano comenzó poco después de que abandonara la formación política, en 1968. Entonces fue arrestado e internado por primera vez en uno de los tenebrosos psiquiátricos comunistas, donde estuvo en "un infierno en la tierra". Salió tras cinco días de huelga de hambre. Pero la Securitate seguía sus movimientos: interceptó una misiva de Paraschiv a la emisora Europa Libre en la que criticaba a los comunistas y volvió a ingresar en un hospital mental.

"Me diagnosticaron psicosis delirante reivindicativa", explicaba. Allí pasó tres días encerrado en una habitación, aislado. Le medicaron para desequilibrarlo y convertirlo en un loco. Cuando fue dado de alta, descubrió el motivo de su detención: "Cuando me soltaron los médicos, se equivocaron y me dieron un informe para que se lo entregara a la Securitate; entonces supe que salir del partido motivó mi detención".

Occidente conoció su historia y la Securitate le permitió marcharse del país, creyendo que no regresaría. Viajó a París, donde denunció el uso de la psiquiatría como arma de represión de la dictadura. En Francia contactó con varios sindicatos para formar uno en Rumania con el modelo occidental. En Bucarest se resistieron a aceptar su vuelta. "Mi testarudez por cambiar el designio de mis compatriotas hizo que aceptaran mi regreso", contaba.

En 1979, fundó el Sindicato Libre de los Trabajadores. Dos meses después, volvió a comenzar el calvario. Fue internado otras dos veces en hospitales psiquiátricos y fue secuestrado tres veces por la policía secreta, para ser retenido durante horas o días en los que era torturado. La primera vez recibió una paliza que le dejó "más muerto que vivo". Después, la Securitate se sirvió de otro método de tortura en el segundo secuestro, en mayo de 1987: "Me dieron de comer bien y no me dieron ninguna paliza, pero me amenazaron con cuchillos y me obligaron a firmar un compromiso de lealtad al partido".

Fiel a sus principios, se negó a respetar el documento, por lo que fue arrestado por tercera vez en marzo de 1989. "Me pegaban en la cara, estómago e hígado hasta que perdía el sentido, después me tiraban un cubo de agua fría y repetían lo mismo", revelaba con los ojos lacrimosos. La caída del régimen, en diciembre de ese año, le salvó. Trabajó para que se aprobara una ley para ajustar cuentas con los torturadores y recuperar la dignidad de las víctimas del comunismo.