Estás preparando tu viaje e inviertes tu almuerzo en investigar los secretos de tu próximo destino: vas a Bucarest y no sabes por dónde «atacar» a la ciudad de los contrastes. A no desesperar: cierra esa guía. Estuvimos allí y después de una ensimismada travesía hemos elaborado esta pequeña ruta de prioridades que te servirá para entender por qué la capital rumana está a punto de convertirse en la nueva ciudad de moda europea, explican Cristina Barroso e Inés Serra en un artículo publicado en zonadeobras.com.

BucurestiFoto: USER UPLOADED

La sensación flota en el aire: Bucarest es una ciudad prácticamente olvidada por Europa. Es cierto que el totalitarismo que la gobernó durante años contribuyó con esta realidad de aislamiento, y quizás sea por eso que la primera impresión que tenemos al sumergimos en sus calles es la de estar completamente alejados de la realidad. Pero cuidado: sus raíces históricas están mucho más ligadas a Europa de lo que pensamos. De hecho, la estructura de la ciudad reproduce, con una exactitud asombrosa, la misma que contiene a París. La primera conclusión podría ser que poco a poco Bucarest parece ir reintegrándose al dinamismo occidental. Esta transformación sugiere que la ciudad posee una proyección de futuro más que interesante. Sin embargo, no es necesario esperar demasiado para descubrirla: hay miles de formas de hacerlo aquí y ahora.

Lo más característico de Bucarest son sus puestos de flores –están abiertos las veinticuatro horas y casi hay uno en cada esquina–, los puestos de libros y vinilos antiguos de música clásica y los centenares de perros vagabundos que deambulan por sus calles. Claro que la ciudad también cuenta con sus características zonas verdes: hay que decir que si bien no son demasiado numerosas, sus enormes dimensiones son realmente impresionantes. El parque más importante de Bucarest es el Herastrau, en el norte de la ciudad, que cada fin de semana recibe a miles de visitantes que se lanzan a sus distintos mercadillos y al paseo que ofrecen los alrededores de su lago gigantesco. Si después del paseo comienza a apretar el apetito, sin duda deberemos acudir a Casa di David, restaurante con precios europeos –considerado de lujo para los rumanos–, pero con espectaculares vistas. Otro parque fundamental es Cismigiu, en el centro: es a Bucarest lo que el Retiro a Madrid, un desahogo geométrico del tráfico y el caos citadino. Sin dudas, el más bohemio de los rincones verdes de la ciudad es el Jardín Botánico, situado al oeste. Se encuentra algo abandonado, sí, pero así y todo es ideal para un buen paseo otoñal.

A la hora de revisar la arquitectura de la urbe hay que tener en cuenta que, en su hora, el comunismo arrasó (literalmente) barrios enteros. Por lo tanto, la historia del país ha hecho que su propio estilo edilicio se corresponda con una mezcla entre construcciones bizantinas y centroeuropeas, con un toque recargado e, incluso, aires manieristas. Aún así, en la actualidad parece comenzar a surgir una flota de arquitectos que destaca por el buen gusto. En los últimos años, su tarea se concentra en intervenir edificios históricos para barnizarlos con contemporaneidad, sin por eso faltarle el respeto a la tradición arquitectónica de la ciudad. Su máxima representación es el Colegio de Arquitectos de Bucarest, en cuya obra se ha mantenido la fachada original, aunque entendiéndolo como un recipiente: en su interior se creó un edificio a base de acero y vidrio que asoma por la parte superior, sin llamar demasiado la atención. La tradición más intocable, en cambio, descansa en lugares como la Ópera, en el centro de la Bucarest.

Indirectamente relacionada con la arquitectura, nadie debería dejar de visitar a la librería Carturesti, montada sobre un edificio perfectamente rehabilitado e ideal para encontrar literatura sobre cualquier tema, artículos de papelería de lujo, una buena variedad de té y café, y hasta una bodega en el sótano. La escultura en el exterior del edificio y las vigas de madera y los apliques de su interior son de una exquisitez asombrosa. Otra librería clave es la de la Embajada Francesa, situada al norte de la ciudad, en la antigua zona de lujo y palacetes. Nada más acceder, ingresamos en un universo en el que brillan el buen gusto y la elegancia (y no precisamente por su ausencia). Balaustradas de madera y un espacio en doble altura dan lugar a la librería más acogedora que encontraremos en la ciudad; pequeña, con una riqueza cultural y estilística asombrosa.

Supongamos que entre tanta visita y caminata nos ataca el hambre. Si nos apetece algo tradicional, Caru cu Bere –«carro con cerveza»– es perfecto; buena carne y música en directo los fines de semana al mediodía. Situado en el centro más turístico de la ciudad, llama la atención por sus interiores con grandes artesonados, sus dobles alturas y es el lugar perfecto para acudir en familia y tomar de postre un buen papanati. Entre otros lugares más alternativos, nada turísticos y para una comida más rápida, hay que tener en cuenta Violeta’s Kitchen, junto a la plaza de la Universidad: comida del día, menú abierto y un patio interior encantador. El premio gordo, sin embargo, se lo lleva Omnivore’s, el secreto mejor guardado de la capital rumana, un local minúsculo regentado por un arquitecto. Allí, tomar una buena copa de vino con una quiche o con una humeante sopa caliente puede convertirse en una experiencia inolvidable. La clientela se reduce a los amigos de su propietario, un entorno «moderno» y «alternativo», algo así como el «artisteo» de la ciudad. Si nos quedamos con ganas de dulce, el local vecino ofrece una chocolatería extraordinaria. En cuanto a comida internacional, Bucarest ofrece muchas y buenas alternativas. Cerca de Caru cu Bere se emplaza una zona de cafeterías –algo turísticas, eso sí– entre las que hay que destacar el Van Gogh Café, perfecto para un brunch de domingo o un buen café a media tarde. Si buscamos algo rápido o más ligero, la mejor elección quizás sea French Bakery, cadena de delicatessen francesa con precios bastante europeos y, sobre todo, un encanto especial.

Llega la noche y el mejor lugar para reunirse con amigos es Embassy, situado en la zona de las embajadas: ensaladas, ambiente chill-out y diversos cócteles son la combinación perfecta para un descanso antes de trasnochar arrasando clubs. Si toca algo más íntimo o romántico, la mejor recomendación es La Bonne Bouche, un sitio bastante asequible, con un diseño increíble (hay que prestar atención a las estanterías y a la iluminación) y una calidad inigualable: no hay que perderse la sopa de cebolla. Por suponer que no sea, pensemos que la noche continúa… Lo más alternativo y cultureta de la capital rumana suele reunirse en sitios como Control Club, perfecto para escuchar música en directo y tomarse un botellín a precio de risa. Si en cambio buscamos algo más indie el destino debería ser Club A; no hay que dejarse engañar por su entrada convencional: alcanza con bajar al sótano para reconocer su buen diseño –fundamental entrar al baño– y su frescura, una manera de divertirte y bailar escuchando música comercial. Otro local de este ambiente –aunque algo más lujoso– es The Gang, con su zona de discoteca bien decorada, música algo comercial y un restaurante extraordinario recién inaugurado: fusiona comida asiática y europea y con la gente más «guapa» de la ciudad.

El recorrido llega a su fin y no sería buena idea abandonar Bucarest sin conocer el verdadero lujo rumano, con sus Ferrari como modo de vida del nuevo rico y los zapatos de charol acabados en punta… Entonces, y sólo entonces, tenemos que ir a discotecas como Gaga, Bamboo o Fratelli –¡la más grande de Europa! Sí, la Europa del Este en su estado más puro. ¿Qué queda para luego? Reposar y así, al día siguiente, recuperar energías para retomar la intensidad en la ciudad de los contrastes por excelencia.