Falta sangre en los hospitales rumanos. La que hay, apenas alcanza para cubrir urgencias y la mitad de las operaciones; por ello, los pacientes que no quieren esperar indefinidamente solo tienen dos caminos: o pagar un soborno o que los familiares hagan una campaña privada de donaciones. Es lo que le pasó a Cosmin Popa, un ingeniero de 30 años que sufrió el pasado verano un accidente en el que se lesionó la columna. Para acelerar una intervención quirúrgica, no tuvo más remedio que saltarse el procedimiento oficial.

Spitalul de Urgenta FloreascaFoto: AGERPRES

“Se supone que el centro carecía de sangre, motivo por el que piden dinero, así que mi padre llamó a un conocido de nuestra localidad para llevar a cabo una campaña de recogida de sangre enmascarada para mi operación”, relata Popa a Efe. En teoría, las transfusiones de sangre están cubiertas por la seguridad social. En la realidad, la escasez de reservas sanguíneas obliga a este tipo de prácticas. Pagando un soborno de unos 68 euros (casi la mitad del salario mínimo), se pueden comprar sangre o lograr que tu expediente suba posiciones en la lista de espera de transfusiones.

“El médico suele indicar la cantidad de dinero del soborno”, asevera Popa, una cifra que varia según el tipo de sangre. Sólo 17 de cada 1.000 rumanos son donantes de sangre, una cifra baja si se compara, por ejemplo, con la de 40 de cada 1.000 que donan en España. Un bajo nivel de concienciación pese a que el 93 por ciento de los rumanos reconoce que existe una crisis de sangre en los hospitales, según un estudio de la asociación React, que fomenta las campañas de donaciones. Ese análisis indica que las causas del desinterés que arguyen los ciudadanos son la falta de tiempo, el temor a contraer enfermedades y la escasez de locales adecuados para recoger la sangre. Hasta la muerte en 1989 del dictador comunista Nicolae Ceausescu, el panorama era bien distinto. Bajo el régimen del llamado “Conducator”, los obreros estaban obligados a donar sangre, lo que garantizaba las existencias.

En esa evolución de la obligatoriedad a la indiferencia, la presidenta de la Fundación de Donantes Voluntarios de Sangre (FDBS), Antoaneta Bugner, ve una falta de apoyo de instituciones como la Cruz Roja y la Iglesia a la hora de concienciar a la población. “El primer paso pasa por la sensibilización de la población mediante una información veraz a través de los medios de comunicación y, un segundo paso, por el sustento de organizaciones no gubernamentales y religiosas”, señala Bugner, quien niega que su organización acepte sobornos a la hora de repartir la sangre.

Desde la Iglesia Ortodoxa rumana, sin embargo, se asegura que sí se hacen llamamientos desde el púlpito para que los creyentes sean conscientes de la importancia de donar sangre. Por su parte, la Cruz Roja justifica que lleve 22 años sin organizar campañas de recogida en que no quiere participar en un sistema corrupto de compra-venta de sangre.

“No se entiende que sangre significa vida y que pagar por ella equivale a traficar con la vida misma”, explica una fuente oficial. En principio, la falta de sangre no genera una alerta sanitaria ni pone en peligro la vida de pacientes graves, aunque sí obliga a una complicada estrategia de transferencia de sangre de una regiones a otras, especialmente hacia la capital.

“En Bucarest se realizan la mayoría de las operaciones más importantes del país, de modo que tenemos que traer bolsas de sangre desde puntos remotos de la geografía rumana para suplir ese déficit”, reconoce Daniel Coriu, jefe de la Sección de Hematología y Trasplante Medular del Hospital Fundeni de Bucarest, Daniel Coriu. Este especialista rechaza tajantemente que se negocie con la sangre o que los doctores participen en esos trámites. “No tengo constancia de que se haya vendido la sangre a un paciente; se trata de una práctica que rechazamos completamente”, afirma.