Teddy Ursulescu ha perdido los dedos de la mano izquierda y parte de los de la derecha. Ya apenas tiene sensibilidad en los brazos. Tampoco en las piernas. Gruesas y rugosas cicatrices le cubren las extremidades y siguen su recorrido bajo la camiseta de tirantes negra que viste. Son las señales exteriores provocadas por las llamas que asolaron el Club Colectiv de Bucarest en octubre de 2015, un local de música al que la joven había acudido con un grupo de amigas para ver un concierto. Teddy, una joven arquitecta, no las oculta. Son la marca de que logró sobrevivir a la tragedia. “Dentro de la sala murieron 27 personas. La gente estaba atrapada, se quemaba, se ahogaba”, susurra en el salón de su casa de Bucarest. Teddy cumplió ayer 30 años, cuenta María Sahuquillo del diario El País.

Protestatari in fata guvernuluiFoto: Hotnews

Aquel horrible incendio que ella sufrió destapó un enorme caso de corrupción en Rumania. El Colectiv no se acercaba siquiera a las condiciones mínimas para funcionar. Y pese a todo, lo hacía gracias a los sobornos y comisiones que pagaba a la Administración, según la investigación de la fiscalía. El escándalo —que derribó al Gobierno rumano— supuso un punto y aparte en el país. Le hizo consciente de que la corrupción puede ser mortal. El Colectiv, tristemente, ilustra también el alcance de los tentáculos de este problema.

Porque días, semanas después del incendio, otros 37 afectados del suceso en el club perdieron la vida en los hospitales rumanos, la mayoría por terribles infecciones hospitalarias; una tasa altísima. Sus muertes y la investigación posterior dejaron al descubierto un sistema de salud gangrenado por la corrupción, donde era frecuente que las condiciones inadecuadas de los centros se pasaran por alto en inspecciones amañadas —o inexistentes—, y en el que las comisiones a los gerentes y los propios médicos son algo habitual. También desenmascaró que un laboratorio farmacéutico rumano, Hexi Pharma, había estado años vendiendo a precios altísimos productos de desinfección hospitalaria diluidos y, por tanto, inservibles. Suministraba a 350 centros del país, incluido el Hospital de Quemados de Bucarest, donde ingresaron la mayoría de los heridos del Colectiv y en el que también estuvo Teddy hasta que fue trasladada a Viena, donde llegó con una infección muy resistente que no estaba declarada en su informe médico.

En ese centro, una antigua maternidad reformada, murió Alexandru Iancu, de 22 años. Un joven de pelo largo y mirada lánguida, amante del rock y de la poesía, que pasaba casi todo su tiempo libre tocando la guitarra. Sobre todo las canciones de Goodbye to Gravity, la banda que tocaba en el Colectiv la noche de la tragedia. “Cuando sobrevivió al incendio de la discoteca llegamos a creer que lo superaría. No pensamos que tres semanas después moriría de una infección”, se lamenta su padre, Eugen. “Mi hijo Alexandru ha sido una víctima de la corrupción por duplicado: primero en el Colectiv y después en el hospital. Lo que ha ocurrido muestra hasta qué punto la corrupción puede llegar a matar”, reclama Eugen Iancu, que ahora preside una asociación de afectados por lo ocurrido.

Las familias buscan responsabilidades. "Esperamos que este caso, en el que hay involucrados varios procesos, provoque un cambio legal para que no vuelva a pasar nada similar", remarca Antoniu Obancia, el abogado de Iancu y otras 19 víctimas o familiares, que apunta que el del Colectiv es uno de los procesos más importantes de los últimos 25 años. Su despacho, Zamfirescu Racoti & Partners, que suele defender a quienes están sentados del otro lado, a los acusados de corrupción, lleva el caso de forma gratuita.

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