Las pasadas elecciones presidenciales rumanas tuvieron un cierto carácter épico. Competían Victor Ponta, presidente de Rumania y candidato socialista, y Klaus Iohannis, alcalde de Sibiu de origen sajón, cuenta Carlos Basté en su blogBucarestinos.

Klaus Iohannis depune o coroana la Monumentul Revolutiei Foto: Agerpres

Ponta, confiado y marrullero, tan seguro estaba de su victoria que se dedicó a despreciar a Iohannis. En su lamentable campaña, trufada de nacionalismo rancio y de un patético complejo de superioridad, se vio acompañado por la Iglesia ortodoxa rumana y por una plétora de partidos, encabezados por turbios personajes, que le dieron su apoyo en la segunda vuelta de la elecciones presidenciales, a la esperar de recoger la recompensa y seguir viviendo a costa del resto de los rumanos.

La campaña fue avanzando y, a pesar de la aparente frialdad del sajón y de un discurso tachado de poco apasionado y distante, la rabia de los rumanos hacia la clase política, la corrupción galopante y el hartazgo generalizado hicieron que las simpatías hacia Iohannis aumentasen encuesta tras encuesta. El evidente intento de pucherazo del presidente Ponta en la primera vuelta electoral hizo el resto y, para sorpresa de propios y extraños, Iohannis ganó las elecciones.

El presidente Iohannis ha inaugurado una nueva etapa de esperanza y, tras las elecciones, su popularidad no ha hecho más que aumentar, especialmente por poner en marcha un pasillo rodante por el que políticos y empresarios corruptos están emprendiendo un camino sin retorno hacia la cárcel.

Ayer, en Bucarest, se celebraba el 25 aniversario de la Revolución de 1989. Iohannis acudió solo al monumento dedicado a los héroes de la Revolución de la Piața Universității. Alejado de las ostentosas costumbres de la habitual mafia política rumana, no hubo anuncio previo, no se detuvo el tráfico ni se llevó a una muchedumbre para vitorearlo. Llegó al lugar, depositó una corona de flores, realizó una breve oración en silencio y con la mano sobre el corazón, saludó al Jefe del Estado Mayor y se marchó. Todo el acto duró, aproximadamente, un minuto, como el gesto de cualquiera de los otros ciudadanos que se habían acercado ya a recordar a los caídos.

Iohannis trae a Rumania aire fresco y otro modo de hacer política. ¡Ojalá no nos defraude!