Haciendo equilibrios en una escalera metálica, un operario trata de descolgar un cartelón que prende de un larguísimo poste del bulevar Magheru, una de las avenidas centrales de Bucarest. Llueve insistentemente y el cartón plastificado está arrugado. “Orgulloso de ser rumano”, se lee en él. Sobre las letras está el rostro sonriente de Victor Ponta, actual primer ministro y candidato del Partido Social Demócrata (PSD) a las elecciones presidenciales del pasado domingo. Pero hoy, cuatro días después de los comicios, el cartel electoral está tan mustio como su dueño. Ponta, a quien todos los sondeos mostraban como favorito, sufrió un enorme varapalo frente a Klaus Iohannis, el candidato conservador de la minoría alemana, cuenta María R. Sahuquillo de El País.

Proteste in BucurestiFoto: HotNews / DP

Su inesperada derrota no sólo lo deja en una posición delicadísima dentro de su partido, donde las voces críticas no se han hecho esperar; también ha debilitado a su Gobierno, que se expone a que el nuevo presidente bloquee muchas de sus medidas.

Ponta, de 42 años, quien en 2012 se convirtió en el primer ministro más joven de la historia del país y que aspiraba también a atribuirse ese récord como presidente, ha declarado ya que no dimitirá. Y quienes fueron rivales durante la campaña electoral deberán cohabitar al mando del país, teóricamente hasta 2016, cuando están previstas las próximas elecciones parlamentarias. Una convivencia que, si se encona el conflicto entre ambas fuerzas políticas, podría derivar en más inestabilidad para un país —el segundo más pobre de la UE, tras Bulgaria— que se enfrenta a una enorme reforma estructural del sistema judicial y financiero, y en el que la burocracia y los escándalos de corrupción (es el más corrupto de la UE y el 66º de 176 países según Transparencia Internacional) ya dificultan cualquier cambio.

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