Durante dos sábados consecutivos, 8 y 15 de noviembre, se han producido en Rumania protestas contra el primer ministro Victor Ponta, uno de los dos candidatos al cargo de Presidente de Rumania en unas elecciones cuya segunda vuelta se dirime hoy, explicó Álex Amaya en su blogRomania prin perdea, durante el día de la votación.

Proteste in BucurestiFoto: HotNews / DP

Las protestas nacieron con el propósito de defender el derecho al voto de los rumanos de la llamada diáspora después de que en la primera vuelta electoral la desorganización reinara en las secciones de voto de las embajadas y consulados rumanos en el exterior. Sin embargo, las manifestaciones han adquirido un carácter político indudablemente orientado a evitar la victoria de Ponta en los comicios. En la reedición de las protestas, un día antes de la definitiva elección de hoy, los mensajes que primaban eran fundamentalmente partidistas, a favor del conservador Klaus Iohannis.

La concentración más importante se ha producido en Cluj-Napoca, segunda ciudad del país y capital de la región de Transilvania. Ciudad universitaria por excelencia, en Cluj la mayoría de los asistentes eran jóvenes que han gritado eslóganes contra Ponta y el Partido Socialdemócrata, tildados ambos de comunistas y totalitarios. Las imágenes de la protesta en Cluj son realmente significativas, con riadas humanas probablemente mayores a las de enero de 2012 contra las políticas de austeridad del entonces primer ministro Emil Boc o las que en septiembre de 2013 reunió el movimiento contra la explotación con cianuro de las minas de Roșia Montana.

En Cluj la multitud aprobó por aclamación una declaración de siete puntos que se podría resumir del modo siguiente: introducción del voto por correo para la diáspora, limpieza de la clase política mediante la reducción del número de parlamentarios y la retirada de medidas de amnistía o inmunidad, protección garantizada para el sistema judicial frente al intervencionismo de la clase política, transferencia de un 6% del PIB a Educación y otro 6% a Sanidad, prohibición por ley de las extracciones mineras con cianuro y de la práctica del fracking, y tolerancia cero contra los mensajes políticos de tipo separatista o aquellos que promuevan la discriminación por razones étnicas, de género u orientación sexual. La declaración pretende ser un instrumento de base para la regeneración del sistema político rumano. Sin embargo, pese a que sus siete puntos podrían ser compartidos por personas pertenecientes a un arco ideológico muy amplio, la protesta de la que ha surgido la declaración ha tenido una evidente vinculación con opiniones políticas derechistas. Esto hace pensar que la declaración esconde proyectos políticos menos abiertos al consenso, o que fue escrita por personas que no representaban totalmente a la protesta, ya que ésta estaba inclinada más claramente hacia la derecha.

Existe una cierta correlación y continuidad entre las protestas de tipo ecologista de septiembre de 2013 y las actuales. La propia postura de Ponta sobre el asunto de la minería con cianuro o el fracking ha ayudado a que muchos de los que salieron entonces a la calle –aunque no todos- lo hayan hecho también ahora. Esto ha sido así, sobre todo, para los queRoșia Montana ha sido su primera experiencia política. No obstante, de uno a otro movimiento cívico los mensajes preponderantes han pasado de la izquierda verde a la derecha neocon como por arte de birlibirloque. Las causas de este fenómeno son diversas, pero fundamentalmente orbitan en torno a quién detenta la hegemonía en la organización y orientación de las protestas en un país con escaso tejido social y con intermitencias y atomización en la organización de protestas. En 2013 los grupos vinculados a las luchas ecologistas de largo recorrido –Salvați Roșia Montana, especialmente- eran los que se encontraban en el núcleo impulsor de las manifestaciones. Pero estos grupos han sido incapaces de construir organizaciones sólidas que interconectaran luchas diversas y que sirvieran de armazón para dotar de contenido ideológico de izquierdas al germen de nuevo movimiento social existente. Esto ha acabado produciendo un vacío que ha sido llenado en el debate público durante el proceso electoral de 2014 por jóvenes de derecha radical de tipo neoliberal, neoconservador y libertariano. Dejando aparte las estructuras partidarias vinculadas al candidato Iohannis –muy interesadas, lógicamente, en mantener las brasas de la protesta anti-Ponta- son estos jóvenes más radicales y en dinámicas de creciente organización los protagonistas de este nuevo fenómeno político.

Estos sectores, por ejemplo, son los que han dirigido con enorme virulencia el debate público en las redes sociales contra el voto de los viejos, los pobres, los campesinos o los gitanos. ¿Y quiénes nutren sus filas? Clases medias urbanas, con formación universitaria y con referentes culturales occidentales que conforman la base laboral del capitalismo de multinacionales -o aspiran a ello- en el tejido económico de Cluj y Bucarest, las ciudades más abiertas a la penetración de este tipo de empresa. Son, por tanto, un nuevo proletariado urbano que ha construido su identidad en base al odio contra aquellos otros proletariados considerados como desfasados. Con una mentalidad que algunos autores han llamado como colaboracionista con el neocolonialismo aplicado a las periferias de Europa, estos individuos idealizan modelos políticos de fuera, y de ahí su nostalgia del pasado interbélico –más bien de una visión despojada de los elementos más desagradables de aquel periodo- y su apoyo a soluciones foráneas como la opción monárquica o a la candidatura presidencial del alemán Iohannis. Albergan, además, actitudes de gran violencia contra lo que consideran obstáculos contra esta normalización: el sur balcánico, los funcionarios, los pobres. Y, en definitiva, como desean una terapia de choque social y económica, orientan sus iras contra aquellos que no quisieron en 1989 occidentalizar Rumania a sangre y fuego: Ion Iliescu y sus herederos socialdemócratas. Estos sectores se consideran, por tanto, continuadores de los golani, aquellos que ocuparon Piața Universității de Bucarest en 1990 en protesta contra el neocomunismo de Iliescu y fueron masacrados por los mineros, el viejo proletariado, en uno de los episodios más sangrientos de la transición rumana.

Si hoy se mantiene la desorganización en el voto de la diáspora –algo muy probable ya que a estas horas ha crecido mucho la participación en comparación con la primera vuelta-, algunos de los sectores sociales que comparten el deseo de regeneración del sistema político podrían sentirse compelidos a participar en una revuelta civil convocada por los radicales de derecha. Una eventual victoria de Iohannis podría desactivar esta posibilidad, pero si Victor Ponta gana los comicios de hoy, estos sectores no sólo convocarían la revuelta, sino que la orientarían hacia la impugnación total del proceso electoral. En Cluj muchos de los manifestantes clamaban por la ilegalización del Partido Socialdemócrata, visto como una versión rumana del extinto Partido de las Regiones de la vecina Ucrania. Lógicamente aquellos que ven a Ponta como una especie de Yanukovich local solamente pueden imaginar un escenario que permita el cambio radical que propugnan. Independientemente de lo que realmente sea o represente Ponta -que declaró que su gobierno era el más pro-business de la historia rumana-, hoy en Rumania hay más de uno que está esperando a que llegue el Maidán.