Tras los esperanzadores momentos iniciales, las frustraciones por los resultados de la Revolución de 1989 dieron lugar a una desvinculación de los rumanos de la política, alrededor de un 70 % de los cuales considera, desde principios de los años 90, que la política es poco o nada importante. Por otro lado, la sensación generalizada de sufrir los efectos de una clase política incapaz, impermeable y profundamente corrupta, incide en unos elevados niveles de ineficacia política, es decir, los rumanos creen mayoritariamente que tienen muy poca capacidad de influir en la arena política y que sus dirigentes son poco sensibles a sus demandas. Todo ello redunda en una baja participación en la vida política y en un desinterés por controlar a la clase política a través de organizaciones ciudadana. El último ejemplo ha sido el referéndum para la destitución del presidente Traian Basescu, celebrado el pasado 29 de julio. La consulta había sido favorizada por la oposición en bloque y promocionada con una importantísima campaña de los medios críticos con el presidente, sin embargo, no alcanzó el 47 % de participación y, por tanto, fue invalidada, explica Carlos Basté en su blogBucarestinos.

Un 87 % de los rumanos legitiman la democracia al catalogarla como la mejor forma de gobierno, sin embargo, la consideran imperfectamente desarrollada en Rumania. Por este motivo, paradójicamente, un 73 % de los encuestados creen que sería bueno para Rumania tener un dirigente fuerte que no respondiese ante el Parlamento ni se sometiese a proceso electoral alguno o que sería positivo un gobierno tecnocrático. En este sentido, destaca la encuesta de la empresa Avangarde, realizada con motivo del 90 cumpleaños del depuesto rey Miguel, según la cual casi un 60 % de rumanos tiene mucha o total confianza en él. Cabe destacar también una encuesta informal, publicada el mes pasado por periódico Adevarul, en la una mayoría de los participantes indicaba que el mejor líder del siglo XX es Nicolae Ceaușescu. Anecdóticamente, un 20 % de la población opina que la calidad de vida aumentaría bajo una dictadura militar. Estos resultados indican que, aunque la percepción a favor de la democracia es amplia, existe todavía una escasa formación en valores democráticos entre la población.

Desde principios de los años 90, la Iglesia y el Ejército han sido las instituciones mejor valoradas por los rumanos, que muestran una gran confianza en ellas en el 85 % y 75 % de los casos, respectivamente. Este apoyo es debido al profundo impacto de los valores religiosos sobre las normas morales de convivencia, especialmente en el ámbito rural, y a la relación que generalmente se establece entre el Ejército y conceptos como la disciplina, la profesionalidad y unos intangibles valores nacionales, que los rumanos no aprecian en su clase política.

En el otro extremo, las instituciones del Estado cosechan un escaso resultado. Inmediatamente después de la Revolución, la población mostraba una credibilidad en el Parlamento y el Gobierno cercana a la que tenía por la Iglesia y el Ejército (muy valorado por su apoyo a la Revolución contra el régimen comunista), sin embargo, esta sensación ha disminuido dramáticamente, con grandes oscilaciones , a lo largo de los años, hasta situarse alrededor del 20 % (ver gráfico encabezando esta entrada). Una situación similar se ha repetido con instituciones como los partidos políticos o la Presidencia (una encuesta de la empresa CCSB para Antena3 ha situado la credibilidad de la Presidencia en un 19 %, en octubre de 2012). Los enormes vaivenes en la valoración de las instituciones del Estado tiene un claro reflejo en los cambios políticos por los que ha atravesado Rumania en los últimos decenios. El más destacado ocurrió en el año 1996, cuando el antiguo Frente Democrático de Salvación Nacional, perdió la mayoría en el Parlamento frente a la Convención Democrática y cuando el excomunista, Ion Iliescu, fue derrotado en las elecciones presidenciales por Emil Constantinescu. Lo mismo, pero en sentido inverso, volvió a ocurrir en el año 2000, cuando el Partido Socialista Democrático arrebató el poder a la Convención Democrática.

Los motivos para entender el descrédito de las instituciones son muchos y complejos, aunque podemos destacar la violencia empleada como arma política (especialmente durante la mineriada de junio de 1990, estimulada por Ion Iliescu para acabar violentamente con las voces críticas con el Frente Democrático de Salvación Nacional), el caínismo en el seno de los partidos, la corrupción, el nepotismo, las privatizaciones salvajes de empresas públicas, la aparición de opacos grupos de presión, la deficiente separación de poderes, la ausencia de un proceso al régimen comunista o los problemas políticos con la minoría húngara en Transilvania, entre otros.