Rumania produjo, no hace mucho, un jugador de tenis de excepción, el recordado Ilie Nastase. Con un talento genial. Pero hoy los rumanos ya casi no hablan de él, sino de otro Nastase, en este caso de Adrian Nastase, de 62 años. Un ex primer ministro rumano a quien se procesó por corrupción, relata Emilio J. Cárdenas, exembajador de Argentina en Naciones Unidas, publicado en rionegro.com.ar.

Cuando la policía, no hace mucho, llegó a detenerlo en una de sus lujosas casas, Adrian Nastase sacó un revolver y se apuntó a la sien. Disparó, pero no murió. Muchos afirman que no se oyó disparo alguno. Pero fue al hospital, en camilla. Pasó seis días apenas en el nosocomio, señal de que su audaz intento pudo realmente no haber sido serio. Para algunos, sólo un episodio teatral. Del peor estilo. Para otros, no. Lo cierto es que Nastase hoy está en una celda. Contando, por vía electrónica, cómo vive un preso en su país. Nada bien, por cierto.

Entre otras cosas se lo acusó de haber malgastado fondos públicos, unos dos millones de dólares, en promover su reelección.

La corrupción es lamentablemente un legado desgraciado de la era comunista. Muchos de los exdirigentes comunistas que se aferraron al poder con toda suerte de disfraces han terminado en los tribunales o desprestigiados para siempre. En Rumania y en otros países del este europeo, como Bulgaria. La corrupción del este de la Vieja Europa es un fenómeno endémico, aún no del todo superado. Ambos países antes nombrados generan, por ese motivo, una gran desconfianza en la Unión Europea, a la que ingresaron en el 2007. Por ello no han ingresado en el listado de países cuyos ciudadanos pueden viajar sin visa por el continente. El temor a sus mafias criminales es todavía evidente. Y parte de la ayuda al desarrollo que les estaba destinada acaba de ser bloqueada, por desconfianza acerca de si ella será o no utilizada debidamente o terminará en los bolsillos de algunos corruptos.

De horror. Pero ésa es la realidad. Unos 4.700 exfuncionarios rumanos han desfilado por los tribunales de su país, acusados de distintos episodios de corrupción. Si aquello de que "cuando el río suena" tiene algo de verdad, lo sucedido nos exime de mayores comentarios.

En una nota periodística reciente, publicada en el "New York Times", se acota que durante el juicio por corrupción a Nastase la acusación hizo comparecer a unos 970 testigos, número que supera a los que en su momento testimoniaron en el juicio de Nüremberg. Entre ellos, exfuncionarios públicos y centenares de policías.

Este Nastase fue premier rumano desde el 2000 al 2004. Prepotente, agresivo, caradura, creyó que estaba por encima de la ley. Que podía intimidar y atemorizar a todos. Pudo haber, quizás, sido bastante así durante su mandato, pero eso ha cambiado. De allí que hoy esté en un calabozo.

Tiene como enemigo principal al presidente rumano, el conservador Traian Basescu. Pero el primer ministro populista, un excolaborador de su partido socialdemócrata, Victor Ponta, parecería estar a su favor. Entre los dos nombrados existe, recordemos, una dura lucha política que tiene muy preocupada a la propia Unión Europea, que parece desconfiar de Ponta, quien pretende perdonar a Nastase pese a su vida de opulencia, hija presumiblemente de su corrupción.

Nastase sostiene que, en rigor, es apenas un perseguido político. Pero ha sido condenado a dos años de prisión. Y los está purgando. Cuidado, en el curioso mundo de la política, donde la moral no es límite para nada, existe en cambio la resurrección y de pronto Nastase se podría transformar en una suerte de Lázaro local.