​Hace años, me referí en una entrada a una excursión que realizamos por algunas de las imponentes iglesias sajonas fortificadas, levantadas en varias poblaciones cercanas a Brașov. Aunque disfrutamos a manos llenas de todas las visitas y de las conversaciones con los lugareños, no hace mucho descubrí una costumbre de la comunidad sajona que tiene su reflejo arquitectónico en los muros de estos templos y que, por aquel entonces, pasé por alto, explica Carlos Basté en su blogBucarestinos.

Por suerte o por desgracia, los matrimonios de hoy en día no son como los de antes y se rompen con un suspiro, sin embargo, en una comunidad de frontera como la sajona, profundamente tradicional, un hombre o una mujer solteros eran seres incompletos por lo que el divorcio era una costumbre muy mal vista.

Durante la Baja Edad Media, cuando una pareja sajona, harta de discusiones y peleas, se planteaba seriamente el divorcio, la comunidad la encerraba en una pequeña habitación, construida en los muros de su iglesia, en la que el matrimonio debía compartir una cama, una escudilla, un juego de cubiertos, un vaso para el agua y una única ración diaria de alimentos. Durante dos semanas, el desdichado dúo debía replantearse así su drástica decisión siguiendo un método que, según la tradición, consiguió limitar los daños a un único divorcio en 300 años. La tradición no menciona, sin embargo, la cantidad de asesinatos que debieron producirse en estos cubículos durante el mismo período.

En la impresionante la iglesia de Biertan - en la imagen -, cercana a Sighișoara, todavía hoy puede visitarse uno de estos angostos habitáculos contra el divorcio, construido en los muros de una de sus torres.