El periodista italo-holandés Gian Paolo Accordo, explica que "todos los años, cuando acaba el verano, se plantea una misma cuestión en varios países europeos: la del precio del gas para la calefacción y el alumbrado durante el invierno", en un editorial publicado en Presseurop.eu. Se trata de una polémica en Rumania por si se debería extraer el gas de esquisto.

Y 2012 no es una excepción, continúa Accordo. Sin que sirva de precedente, Bruselas es quien ha empezado las hostilidades, al iniciar una investigación para determinar si Gazprom abusa de su posición dominante en el mercado del gas de Europa central y oriental. El gigante ruso también suministra al mercado occidental el 25% de su gas. Algunos países, como Finlandia, Eslovaquia o los países bálticos dependen del gas de Gazprom al 100%.

En todas las ocasiones, se impone la urgencia de establecer una política energética europea, así como encontrar fuentes de abastecimiento alternativas. En este contexto, cada vez es más fuerte la tentación de explorar las reservas de hidrocarburos denominadas no convencionales. Entre ellas se encuentra el gas de esquisto, cuyas reservas en Europa, concentradas en su mayoría en Francia y en Polonia, se estima que ascienden a 14 billones de metros cúbicos, “suficientes para satisfacer la demanda de gas de los Estados europeos durante casi 30 años sin tener que comprar ni una gota a Rusia”, como señala EUobserver.

La tentación se vuelve irresistible cuando comprobamos cómo, gracias al gas de esquisto, Estados Unidos se ha liberado en diez años de las importaciones (el 88% de su consumo es de origen nacional y el 58% de su producción procede del gas de esquisto) y cómo el precio del gas en el país ha descendido a los niveles de 1976. Por ello, no es de extrañar que se estén realizando perforaciones de exploración en Austria, Francia (aunque el presidente François Hollande haya confirmado una moratoria), Alemania, Polonia, Países Bajos, Suecia y Reino Unido.

El problema es que la fracturación hidráulica, la técnica de exploración y de extracción del gas de esquisto más común, requiere una gran cantidad de energía y, de momento, resulta muy contaminante. Por este motivo, además de Francia, también Bulgaria, Rumania y República Checa han decidido no continuar con la exploración de los yacimientos supuestos o ya comprobados.

Ante esta cuestión, las instituciones europeas tienen una actitud cuanto menos esquizofrénica, cuyo origen se encuentra en parte en la magnitud de los intereses en juego y la influencia de sus representantes en Bruselas. A principios de septiembre, la Comisión publicó tres informes sobre la cuestión, en los que afirma lo siguiente: 1. que los gases “no convencionales” podrán representar hasta el 60% del consumo en Europa; 2. que los riesgos medioambientales y los perjuicios ocasionados por la extracción son elevados; 3. que, por consiguiente, el gas de esquisto únicamente puede extraerse dentro de un marco normativo muy estricto, aunque no considera que sean necesarias nuevas normativas.

El 18 de septiembre, la Comisión de Industria del Parlamento Europeo aprobó un proyecto de informe en el que afirma que la UE no debería inmiscuirse en las políticas energéticas nacionales, que la explotación del gas de esquisto disminuirá la dependencia energética de Europa y que se reducirán entre el 29 y el 41% de las emisiones de CO2 con respecto a las del carbón. Al día siguiente, la Comisión de Medio Ambiente aprobó un proyecto de resolución cuyo objetivo es endurecer las normas en materia de protección medioambiental y sanitaria, así como aumentar la responsabilidad de la industria ante los posibles perjuicios.

Pero una posible fiebre por el gas de esquisto es difícilmente compatible con los objetivos medioambientales que se ha fijado la UE: reducir sus emisiones un 20% con respecto a 1990 y obtener el 20% de la energía utilizada de fuentes renovables (entre las que por supuesto no se encuentra el gas) de aquí a 2020 y aumentar estos porcentajes a partir de ese año. Al igual que los demás hidrocarburos, el gas de esquisto no es una energía de futuro a medio y largo plazo. Su explotación dependerá del desarrollo de las energías renovables, que únicamente son rentables económicamente e interesantes políticamente en un contexto de mercado energético tenso.

Si a esto se añade el abandono progresivo de la energía nuclear en varios países, cada vez resulta más difícil resolver la ecuación para obtener una producción energética constante, con un aumento de las energías renovables y una reducción de las emisiones de CO2 y de la dependencia del extranjero. Y por otro lado, si bien la revolución energética resulta urgente, cada vez cuesta más resistirse a la tentación de posponerla a “un momento más oportuno”.