​Valentin Ceaucescu (1949) es el único superviviente de la familia que ostentó el poder en Rumanía desde 1964. Su nombre nunca estuvo asociado a la barbarie ni causó el pánico en su país que suponía cada aparición de su hermano Nicu. Su matrimonio con la judía Irina Borila le convirtió en una oveja negra para Elena Ceaucescu hasta el punto que la temida primera dama de Rumanía ordenó la demolición de la facultad de Historia del Arte porque allí se había formado su odiada nuera, explica el diario español Marca.

Entre los rumanos corría el rumor de que Valentin había sido adoptado después de que el primer hijo de matrimonio fuera una niña (Zoia) y el temor de que no hubiera heredero masculino. Por eso, el tercer hijo, Nicu (1951) fue siempre el preferido a pesar de sus excesos sexuales desde muy joven. Alejado de las esferas del poder, el segundo vástago de Nicoale y Elena Ceaucescu encontró en el mejor equipo de la historia de Rumanía, el Steaua de Bucarest, su gran pasión. Creado en 1947 bajo el modelo del CSKA de Moscú, su nombre significa ‘Estrella’ y quedó bajo el amparo del Ejército. Su fundador había sido el general Mihail Lascar, que en la Segunda Guerra Mundial combatió al lado de los nazis (condecorado en 1942 por el Ejército alemán con la Cruz de Hierro y la Cruz de Caballero de la Cruz de Hierro).

Fue hecho prisionero por los soviéticos en Stalingrado y decidió combatir a partir de entonces al lado de la URSS para liberar a su país de la invasión alemana. Expulsados los nazis, fue ministro de defensa de 1946 a 1947, periodo en el que fundó el Steaua. Llevado al estadio desde pequeño por su padre, seguidor del Steaua, Valentin estuvo al frente, en la sombra, del equipo en su época más dorada, cuando ganó la Copa de Europa de 1986 y sumó 119 partidos sin perder entre Liga y Copa. De toda esa época, hay una fecha especial: la final de Copa de 1988. Finales de junio de 1988.

El mundo ya se enteraba de las noticias al instante de que pasaran. Sin embargo, el domingo 26 de las redacciones de los periódicos se quedaron sin saber qué había pasado en la final de Copa de Rumanía que enfrentaba al Steaua, campeón de Europa en 1986, y a su gran enemigo, el Dinamo de Bucarest. Hasta el miércoles siguiente, la prensa occidental no comenzó a tener noticias de lo que había sucedido en el estadio 23 de agosto de Bucarest, que llevaba el nombre del día en el que Rumanía fue liberada de la ocupación nazi, festividad anulada después del derrocamiento de Nicolae Ceaucescu y su muerte el día de Navidad 1989. Lo que llega eran los primeros informes de uno de los grandes escándalos de la historia.

La final de Copa enfrentaba a los dos colosos rumanos. El Dinamo, entrenado por Mircea Lucescu (hoy técnico del Shakhtar), era el rival del Steaua. Las relaciones entre el técnico del Dinamo y Valentin Ceaucescu eran tensas. En 1985 estuvieron reunidos para Lucescu dejará la selección y fuera al Steaua, lo que pedían algunos sectores cercanos al Ejército. Pero el ‘jefe’ tenía una fe ciega en el segundo técnico, Anghel Iordanescu (ex jugador del Steaua e internacional) y de manera fría se sacó de encima al que era el mejor entrenador del país: “Es mejor que te vayas al Dinamo. Vamos a necesitar un rival fuerte con el que competir para no aburrirnos”. Iordanescu fue nombrado técnico del Steaua y Lucescu no olvidó nunca aquella afrenta. En un estadio repleto y con Valentin Ceaucescu presidiendo el partido, se llegó al minuto 87 con empate a uno (Lacatus, ex del Oviedo, adelantó al Steaua y Raducioiu, que jugó en el Espanyol, empató para el Dinamo).

Entonces, Gica Hagi lanzó un balón en profundidad a Balint para que el futuro jugador del Burgos hiciera el 2-1 gracias también a un error garrafal de Moraru, meta del Dinamo Balint salió disparado hacia su banquillo, al otro lado del campo, celebrando el gol. Las imágenes captan el momento en el que el delantero se cruza con dos de sus compañeros más veteranos (Stoica y Bumbescu) que van como flechas a por el línea que había levantado la bandera. En las imágenes no se ve infracción alguna y el gol parece totalmente legal. El árbitro, el internacional Stefan Dan Petrescu, hizo caso a un asistente, que fue zarandeado y golpeado por jugadores del Steaua.

De lo que pasó a partir de entonces apenas hay imágenes. El responsable de la trasmisión, George Militaru, recibió la orden inmediata de censurar la bronca que había sobre el césped, con los jugadores del Steaua desatados y acorralando al equipo arbitral. Planos generales de la grada y repeticiones de los dos primeros goles es todo lo que hay registrado de esos momentos.

Desde el palco, Valentin Ceaucescu hizo un gesto a su hombre de confianza, Tice Danilescu. La orden era que se retiraran a la caseta. Los jugadores del Dinamo se quedaron en el campo. Los directivos de la Federación bajaron al vestuario para que el Steaua regresara al césped, pero también lo hizo Valentin. Y sus palabras dejaron pocas dudas: “Nadie vuelve al campo. Si alguno quiera hacerlo se las verá con la Securitate (policía secreta). ¡Que se queden con la Copa y se la metan por el culo!”.

“Era una injustica y los jugadores no merecían ese trato. No podía permitirlo y no me arrepiento de lo que hice”, aseguró en una entrevista a Stelisti.mysport.ro el hijo del que fuera dictador de Rumanía. Al ver que su rival no volvía, los jugadores del Dinamo cogieron la Copa y celebraron el título sobre el terreno de juego. Lucescu siempre ha mantenido que desde la Federación se les dijo que el trofeo era suyo porque el Steaua se había retirado.

Pero la noche iba a ser muy larga en Bucarest. Valentin Ceaucescu sigue asegurando hoy que jamás hizo presión alguna para que su equipo ganara partidos, algo que nadie cree en su país. Aquella noche, sin embargo, fue el propio Nicoale Ceaucescu el que tomó cartas en el asunto. No era fácil, porque el Dinamo, el equipo de la policía secreta, tenía sus hombres fuertes dentro del gobierno. De hecho, hoy se sigue asegurando que el gol fue anulado porque el trío arbitral estaba presionado por la Securitate. Pero para Ceaucescu padre aquello fue una cuestión de honor casi personal y por encima de un hijo por el que no sentía un especial aprecio. Dos días más tarde, la Federación rumana hizo público que el gol era válido y que la Copa de 1988 pasaba a formar parte del palmarés del Steaua.

“Es una mancha en la historia del fútbol rumano. Como las de italiano en la época de Mussolini”, mantiene desde entonces Mircea Lucescu. Después de la caída y ejecución del matrimonio Ceaucescu, el Steaua, siempre con la opinión en contra del que era su entrenador (Iordanescu), quiso devolver la Copa al Dinamo, pero el equipo conocido como ‘los perro rojos’ no quiso aceptarla por considerar que era un título manchado y que demostrará para siempre los favores al Steaua. La Copa de 1988 está en el palmarés del equipo del Ejército. Aunque quiso renunciar al trofeo que ha ganado en 22 ocasiones, más que nadie, la Federación le dejó claro que hiciera lo que hiciera con el trofeo siempre aparecería el nombre del Steaua como el del campeón del torneo en 1988. Valentin Ceaucescu, que el 17 de febrero cumplirá 63 años, vive hoy de manera modesta en Bucarest alejado de los lujos y excesos en los que se crió.

Después de pasar nueve meses en la cárcel tras la ejecución de sus padres fue puesto en libertad al no haber cargos en su contra. Designios del destino, él, el hijo menos querido y al que menos se le vincula con el terror, se ha convertido en el icono de los nostálgicos de los tiempos de Ceaucescu (que no son pocos). En 2009 ganó un juicio al Estado rumano por el que se le tuvieron que devolver valiosas obras de arte, entre ellas un cuadro de Goya, que le habían sido confiscadas. Sigue presumiendo de haber llevado al Steaua a la cima de Europa con aquella Copa del Europa ganada al Barcelona en Sevilla el 7 de mayo de 1986 cuando Helmuth Duckadam fue el héroe de la tanda de penaltis al parar los cuatro lanzamientos azulgranas (Alexanko, Pedraza, Pichi Alonso y Marcos).