Un año más, el festival de Cannes, un año más, la cola para acreditarse y, un año más, dispuesto a contar al mundo cinematográfico lo que había producido, dirigido, escrito y, por supuesto, cuáles son mis planes para el año que entra. Dices tu nombre, la agradable señorita te busca en el listado y allí está. Tu acreditación, tu bolsa del festival y empieza Cannes.

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Todo el mundo tiene preparadas sus tarjetas, sus trailers y presentaciones, sus carteles y sinopsis. Te dan el pase y comienza un mundo de reuniones: ver a viejos amigos, a ese productor francés que encuentras en Cannes cada año o al productor inglés que te invita a café en el Grand Hotel y siempre te da buenos consejos, te asesora sobre tus siguientes pasos y te cuenta alguna batallita sobre sus rodajes y, tratándose del productor del mítico “Superman” de Christopher Reeve, Gene Hackman y Marlon Brando, sus batallitas son cine en estado puro.

Por encima de los stands, las ventas, los premios y la alfombra roja, Cannes es un lugar de encuentro y todos buscan dónde organizar y sentirse cómodos en esas reuniones: El jardín del Grand Hotel con sus sofás hinchables, el lujoso lobby de hoteles como el Martínez o el Carlton, el bullicioso café Roma o nuestra base de reuniones, el más moderno New York New York con su encantadora Lucy tratándonos siempre tan bien. Cada cual se hace fuerte en algún sitio. Unos te hablan de películas de desastres de menos de un millón de euros durante una comida, otros de “low cost” de no más de 200.000 mientras tomas un café. Luego visitas un stand donde se habla de millones y de fondos de inversión mientras te ofrecen algo de fruta, se comentan las novedades legales, los descuentos fiscales de Canarias, Panamá, Colombia o Canadá con otra taza de café. Cine, cine y más cine.

El Palacio de Festivales y los stands bullen de actividad y negocios hasta que al atardecer se cierran y empieza el Cannes nocturno, donde cine y fiesta se dan la mano y los tratos que por la mañana estaban bloqueados parecen ahora posibles e, incluso, satisfactorios. Rumanía y Argentina ponen sus fiestas a la misma hora y hay que decidir dónde se tienen más amigos, mayor probabilidad de negocio… o dónde ponen más croquetas. En un restaurante, una película en sección oficial ofrece un cóctel, la gente busca invitaciones para las fiestas más elitistas: Vanity Fair, las fiestas en los yates, Almodóvar, Jim Jarmusch… fiestas al alcance de unos pocos donde se dan cita las estrellas de Hollywood y el glamour resplandece.

Como la mayoría de los mortales no tenemos acceso a esas fiestas, Cannes ofrece un lugar mágico: Le Petit Majestic, un bar bastante cutre donde siempre hay que hacer cola y que tiene a los camareros más lentos del mundo. Allí es donde la profesión va a tomarse una cerveza. El local se queda pequeño y la gente abarrota la calle. No tiene el glamour de las fiestas de los yates, pero en Le Petit Majestic se habla de cine, se siente el cine y se hace cine.

Todo el mundo sabe quién es el director de una película, dónde se rodó o si fue o no un éxito, pero pocos saben que muchas películas nacieron en Le Petit Majestic, donde un productor comparte con otro cómo hacer posible una coproducción, donde un director con su cerveza en la mano le cuenta su película a un productor que acaba de conocer, donde la actriz, ya sin el vestido de gala, hace reír a un director y, sin saberlo, acaba de conseguir un papel en su siguiente película. Le Petit Majestic y su eterna cola es un lugar ideal para conocer gente, charlar sobre cine, buscar ese dinero que falta para cerrar la financiación de tu largometraje o conseguir ese contacto en aquel festival que parecía inalcanzable. Aquí ya no hay stands, acreditaciones o tarjetas. Aquí hay gente que vive para y por el cine.

La Croisette siempre es el mudo testigo de tu vuelta a casa. Haces repaso del día, de tus reuniones y de la conversación que has tenido en Le Petit Majestic. La Croisette siempre tiene vida, siempre hay gente. Unos con smoking y traje de noche, los más en vaqueros y camisa y todos se citan delante de la mítica alfombra roja. De noche está vacía pero, si te acercas, sientes los flases de los periodistas, las ilusiones de los directores y actores que caminan hacia la sala Lumiere -hacia la gloria- las emociones de los espectadores que pasaron por esa alfombra roja y fueron por unos segundos protagonistas de la propia película de su vida, todo en esa alfombra roja. Quizás solo hay que tener una reunión más, contar una última vez tu película o hacer ese casting pendiente; quizás todo esté más cerca. Mientras te alejas del Palacio de Festivales sientes que los sueños con la alfombra roja delante son más reales, más posibles. Ella seguirá allí año tras año y será testigo si esos sueños se hacen realidad