Hace un tiempo, escribí una serie de entradas, tituladas La forja de la nación rumana, en las que realicé un sucinto repaso a los hechos históricos que, a partir del siglo XVIII, desembocaron en la unificación de los Principados de Valaquia y Moldavia. En aquellas entradas, me limité a describir los acontecimientos que se sucedieron hasta la creación de Rumania, sin embargo, a continuación pretendo indagar en los fundamentos ideológicos del movimiento nacionalista rumano y en sus coincidencias y discrepancias con las ideas de la Ilustración y del nacionalismo europeo, explica Carlos Basté en su blog Bucarestinos.

Fabricat in RomaniaFoto: webPR.ro

Mientras en el resto de Europa se extendían las ideas de la Ilustración, los intelectuales de los Principados rumanos del siglo XVIII, mayoritariamente pertenecientes a la nobleza boyarda y al alto clero, mostraron escaso interés por las teorías abstractas de reforma política y social, pues su principal preocupación, de carácter mucho más práctico, fue cómo evitar la constante amenaza de dominación política y cultural extranjera.

A pesar de todo, un pequeño número de eruditos, boyardos de segunda y tercera categoría - encabezando esta entrada, una imagen de boyardos de rango inferior y comerciantes rumanos hacia 1825 -, personalidades públicas y algunos miembros del clero y de una incipiente burguesía empezaron a abordar críticamente la realidad social e institucional de los Principados desde una perspectiva constructiva, basada en el autoconocimiento, en la razón y en el bien común, sembrando la primera semilla de la conciencia nacional rumana. Surgieron así críticas a las grandes familias de boyardos por su incapacidad para afrontar problemas económicos, por su ineficacia en el gobierno y por su negativa a compartir el poder. Tampoco el alto clero se vio libre de invectivas, siendo acusado de voracidad fiscal y de colaborar con los fanariotas impuestos desde Estambul. A pesar de todo, los mayores ataques fueron dirigidos contra la soberanía otomana y la administración fanariota, a las que se culpaba del declive de los Principados. Es interesante subrayar que ninguna de las críticas llegó tan lejos como para exigir la desaparición de los boyardos o la sustitución de los paradigmas propios de la iglesia tradicional por la supremacía de la razón.

Boyardos y alto clero estaban imbuidos de un conservadurismo ilustrado basado en la razón, el conocimiento y el orden establecido por lo que, en estas circunstancias, es fácil comprender por qué la Revolución Francesa tuvo pocos apoyos en los Principados. Aunque el principio de soberanía nacional, inspirado por Rousseau, obtuvo un apoyo inicial entre los boyardos por oposición a la soberanía turca, el radical programa político y social desarrollado por los republicanos franceses les causó un profundo temor, de modo que las ideas de igualdad política y equidad económica gozaron de muy poca popularidad. Por otro lado, la burguesía rumana carecía de la fuerza numérica y de la cohesión suficiente para desarrollar una política de interés común, ejercer de contrapeso al poder aristocrático o implementar un programa político-económico de corte liberal.

La mayoría de los pensadores políticos rumanos reconocían el contrato social como origen de la sociedad civil pero no aceptaban que todos sus miembros tuvieran que ser iguales y argumentaban que los boyardos debían ser la única fuerza política dirigente. En consecuencia, la monarquía era la forma más adecuada de gobierno de los Principados. En este sentido, los boyardos se dividieron entre los admiradores del absolutismo ilustrado de Catalina II de Rusia, los que apoyaban una monarquía constitucional con poderes limitados para el hospodar y un grupo reducido de boyardos que defendía la república, aunque organizada como una oligarquía aristocrática.