Madrid, viernes por la mañana, me encamino a la calle Serrano, donde está una de mis dos librerías de viajes favoritas, quiero comprar un libro de un escritor rumano. Siempre que me voy de viaje, paso por esta librería y busco un libro relacionado con el país; hoy es diferente, llevaba viviendo casi un año en Bucarest y no había leído ningún autor local;”tengo que cambiar esta situación”, me digo mientras empujo la puerta de entrada de la librería. Al llegar, lo veo allí esperándome, “El lecho de Procusto” de Camil Petrescu, un libro que habla del Bucarest interbélico. ¡Me lo llevo!, explica Natalia Albarrán en Hispatriados.com.

Petrescu nace el 9 de abril de 1894 en Bucarest. Nunca conoce a su padre, también llamado Camil Petrescu, que muere antes de su nacimiento. Su madre, Ana Cheler, también fallece cuando él es aún pequeño, por lo que es criado por la familia del subcomisario de policía Tudor Popescu, en Obor. Estudia en el colegio Sfântul Sava y en el instituto Gheorghe Lazăr, ambos en Bucarest. Dados sus buenos resultados académicos enseguida consigue una beca completa para estudiar Filosofía en la Universidad de Bucarest y, tras graduarse con honores, pasa un tiempo enseñando en Timișoara.

En 1914 debuta con un pequeño artículo en la revista Facla bajo el seudónimo Raul D. con el escrito “Femeile şi fetele de azi” (“Las mujeres y las niñas de hoy”), todavía un comienzo poco prometedor. Desde 1916 hasta 1918 Petrescu lucha en la Primera Guerra Mundial, uno de los periodos más dramáticos de la historia rumana, en la que el país queda al borde de la destrucción. Su participación en la guerra le provoca experiencias y sentimientos que plasmará en su obra “Ultima noapte de dragoste, întâia noapte de război” (“Última noche de amor, primera noche de guerra”) publicada en 1930. Tras pasar un periodo en un hospital militar, regresa al frente donde es tomado prisionero por los húngaros. Durante un bombardeo alemán pierde el oído derecho, lo que le marcará para el resto de su vida. Según sus propias palabras la sordera le agota, le intoxica, y hacer cualquiera de las actividades cotidianas le supone un esfuerzo monumental.

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