Los turistas que pasean por el bullicioso centro de Bucarest y, posiblemente, una buena parte de los lugareños, ignoran el origen de una cruz sobre un pedestal, rodeada de un muro bajo de ladrillo, que se alza en la Plaza de Sfântul Anton, muy cerca de la Iglesia Principesca de la Corte Vieja y de Hanul lui Manuc, relata Carlos Basté en su blog Bucarestinos.

En 1735, en el lugar delimitado hoy por la pared, se levantó la Iglesia de Sfântul Anton sobre las ruinas de un antiguo templo destruido por los turcos de Sinan Paşa en 1595. La iglesia era de dimensiones reducidas y, con el paso del tiempo, se la acabó conociendo como Iglesia de la Cárcel, por levantarse junto a los muros de un viejo arsenal reconvertido en prisión por el príncipe Constantin Brâncoveanu (a modo de curiosidad, en un documento de 1770, se denomina a este edificio "Puşcărie Domnească", es decir, Cárcel Principesca, siendo el primer texto en lengua rumana en el que aparece la palabra puşcărie).

El 23 de marzo de 1847, día de Pascua, se declaró un terrible fuego en Bucarest que devastó todo el centro, destruyó centenares de edificios, tiendas, posadas y varias iglesias. La Iglesia de Sfântul Antón tampoco se salvó de la quema. El incendio avanzó tan rápido que pilló desprevenidos a los fieles que asistían al servicio religioso. Las llamas rodearon el templo, pronto alcanzaron el techo y éste acabó derrumbándose sobre el grupo de desdichados. Cuando el fuego se extinguió y pudieron retirarse los escombros, salieron a la luz decenas de cuerpos carbonizados que fueron enterrados en una fosa común en el mismo lugar que los vio morir.

Tras la catástrofe, pronto empezaron a extenderse historias entre los vecinos sobre apariciones espectrales, gemidos fúnebres y espíritus afligidos que vagaban entre las sombras de la plaza. El miedo fue progresivamente en aumento, las visiones se sucedían y el pánico asomó entre la población del Centro Viejo por lo que, en 1860, las autoridades permitieron que se levantase la cruz que hoy todavía puede verse en la plaza de Sfântul Anton para “proteger al lugar de cualquier impureza”.

Hace exactamente un año, el periódico Ring recogía las declaraciones de Constantin Ghepeca, un anciano vecino de la cercana calle Covaci, que afirmaba que había visto merodear a unos perros vagabundos por la desventurada plaza y abandonar el lugar con huesos humanos en sus fauces.

La leyenda de las atormentadas almas de la iglesia de San Anton continúa.