​Baba fue de los pocos intelectuales que bajo el comunismo dispuso de la posibilidad de viajar al extranjero, explica en un reportaje José Miguel Viñals, lector corresponsal de La Vanguardia y gerente de la empresa de Consulting Via Rumania.

Hay personas que agradeces haber conocido, que te aportan de forma generosa mucho más de lo que te atreverías a pedirles y que al final aún te agradecen que hayas sido oyente de su saber. El Sr. Marius Cornea, museógrafo del Muzeul de Arta de Timisoara, es una de ellas.

Había visitado ya en dos ocasiones la exposición de obras de Corneliu Baba (Craiova 1906-Bucarest 1997), y en una de ellas tuve la suerte de poder oír las explicaciones que una guía daba a un grupo de escolares sobre el trabajo del artista. Lo poco que oí me impactó. Y quise más. Tuve la suerte de coincidir con Cornea en un viaje a Zrenjanin, en Serbia, e intercambiar teléfonos. Esta semana le llamé para analizar las posibilidades de organizar en su museo una exposición. Quedamos, y tras la reunión me regaló una visita guiada por la totalidad de la colección.

El Muzeul de Arta de Timisoara incluye una buena parte de la obra de Baba, un pintor rumano desconocido en España y que fue de los pocos intelectuales que bajo el comunismo dispuso de la posibilidad de viajar al extranjero, conociendo un enorme prestigio tanto dentro como fuera del país. Baba marca una línea de continuidad entre la Rumanía interbélica y todas las etapas por las que pasó el comunismo rumano. Desde los inicios en que se construía la Nueva Rumanía, con sus retratos de campesinos a los últimos tiempos de un rey loco, o de un cansado pintor que se autoretrata mirando al espectador y diciéndole adiós con la mano izquierda.

Un gran óleo da la bienvenida a los visitantes: Taranii-Los campesinos. En el mismo cuatro figuras, adultos caminan descalzos al atardecer hacia casa, a la derecha del cuadro. Dejan a su espalda la puesta de sol, en un horizonte vacío. Hombres y mujeres de campo, no tienen mirada cansada pues en sus caras no hay ojos, solo manchas. Una niña precede al grupo y mira de frente con ojos grandes y negros, pequeña cara de sorpresa envuelta en un pañuelo blanco. "Los adultos no tienen ojos porque representan el rumano precomunista, sin visión de futuro. Su vida no revestirá interés para el nuevo régimen pues será difícil adoctrinarle. La niña en cambio es el futuro de este nuevo país, la única que verá con sus ojos ese floreciente avenir". Un poco más adelante otra tela muestra un grupo de campesinos haciendo cola para firmar, bajo la mirada acerada y la cara angulosa de un miembro del partido, todas sus posesiones a la cooperativa local. Todo de todos y de nadie. Sobre la mesa un ejemplar de 'Scanteia' (La chispa) diario oficial del Partido Comunista Rumano que cada mañana escuelas y fábricas leían en voz alta para adultos y niños. Las cooperativas forzadas de entonces son la razón principal para que casi no haya hoy en día asociacionismo agrario en este país. Nadie se fía de un sistema que tanto recuerda al comunismo.

Las caras y las manos centran el interés de Baba. Las caras definen a los poderosos e identifican a los sometidos. Las hay dignas en su pobreza campesina, altivas e innobles en su papel de temidos, tristes muchas, cansadas de horas de campo y de dormir en el suelo o de velar vigilante al marido y al niño que duermen al lado. El mismo Baba se retrata en múltiples ocasiones. Primero de niño, luego adolescente, con aire d’enfant terrible -me recuerda a Baudelaire, digo- luego ya pintor reconocido, posando sólo o colándose en múltiples telas, uno más de los que lloran al muerto en La Piedad, siempre reconocible por su gorro rojo, parecido a un birrete de cardenal. "Este es el retrato de su mujer, con manos juntas y mirada perdida, muestra la tristeza de tener al padre encarcelado por ser enemigo del pueblo". Hay manos poderosas de campesinos o de obreros, aquellos que provenientes de "familii de origini sanatoase", familias de origen sano, es decir, no burguesas, iban a levantar el nuevo estado. Las hay de escritores, poetas o actrices, que a pesar de su pasado burgués se vendieron al diablo y pasaron a servir al régimen, alcanzando altos puestos en el mismo. "Se retrataban como nobles, lo que no dejaba de ser un atrevimiento en la época, pero por su alta posición se lo podían permitir. Sadoveanu (tan parecido a mi admirado Jorge Semprun) no sólo fue un gran escritor, también fue un burgués, tal como se ve en su retrato, porte noble, mirada de quien está por encima de las circunstancias; Lucia Sturdza Bulandra fue una gran actriz de teatro al tiempo que era hija de una familia noble, casada contra la voluntad de sus padres con un actor, ella misma acabó subiendo a los escenarios. Cuando Baba la retrató, ya anciana, le pidió que le eliminase algunas arrugas... la presentación del cuadro provocó la hilaridad de los que vieron a la señora 20 años más joven. También el público reaccionó con burla ante el retrato del poeta Tudor Arghezi acompañado de su mujer. Arghezi es uno de los mayores poetas en lengua rumana, disputando a Eminescu el título de poeta nacional. Su semblante es serio, sentado en una silla noble, mirada al frente que se adivina desafiante tras los cristales de sus gafas, sus manos pausadas se apoyan en las rodillas y en el bastón, signo burgués. Él está magnífico. Pero su mujer parece la sirvienta. Sentada en un banco, a la derecha del espectador, con sencillo vestido y los pies escondidos bajo el asiento, las manos juntas, postura demasiado humilde para la Sra. Arguezi. El poeta pidió a Baba que modificase el cuadro pero no lo consiguió. Esto provocó su enemistad futura. Quizá una reacción normal para quien decía que entre todos los honores y una sopa de su mujer se quedaba con la sopa de su mujer". Mi guía, Marius, tiene una anécdota para cada cuadro, habla con conocimiento y seguridad, tantas historias como telas que yo intento retener para esta crónica, sabiendo que en algo erraré al transcribirla, y la culpa será solo mía, que no vine preparado para tomar notas aunque pueda excusarme diciendo que no era esta visita el objeto inicial de mi presencia en el museo.

La última sala muestra algunas de las mejores obras. Un gran rey loco da la bienvenida al visitante. "La serie de cuadros del rey loco nunca salieron de su taller de pintura. Estuvieron escondidos, sólo visibles a los ojos de unos pocos. El rey va descalzo y pobremente vestido, tiene la melena negra y larga, la mirada perdida y el porte altivo y orgulloso. Con el dedo de la izquierda apunta a lo alto, señal de autoridad a falta de cetro. No le acompaña un caballo, sino un perro flaco atado con una cuerda de trapo. De este tema hizo muchas versiones. En otras está de rodillas y manos en el suelo, un loco creyéndose rey, y siempre el perro al lado, pulgoso y triste, o con corona y solo. Demasiado evidente quien era el modelo del rey, quien durante años gobernó con locura este país creyéndose soberano y dicen que pensando en serlo...". La influencia de Goya en Baba es enorme en estos últimos años. En sus retratos, en sus fondos lisos y oscuros. Antes le pesaba más Rembrandt, los claro oscuros, y también el Greco, con sus caras largas, o incluso Modigliani, pero en los últimos años sus cuadros parecen fruto de la época negra del aragonés.

"Hay un cuadro especial en la sala, con una anécdota también especial. Baba visitó España y fue al Prado. Al salir, tras ver las Majas de Goya encontró una mujer pidiendo en las escaleras de museo. La vistió de maja, con mantilla negra y traje bordado y le hizo un retrato de cuerpo entero. La pobre mendiga tiene la mirada asustada, de no saber qué hace ahí vestida de señora. Ojos negros y grandes, cara alargada, en ningún caso noble, miembro posible, eso sí, de una supuesta Corte de los Milagros en Madrid".

Antes de venir a Timisoara no sabía nada de Corneliu Baba. No creo que apenas nadie lo conozca en España. Planteo la posibilidad de iniciar los trámites necesarios para traer la colección a Barcelona y otras ciudades; "sería posible, sólo hace falta el acuerdo de un par o tres de instituciones". Quizá para 2014. Sería una exposición de impacto, y me gustaría ayudar a que Baba se conozca en mi ciudad. Quizá además serviría para que más rumanos lo conozcan, me consta que son muy pocos, en la misma Timisoara, que han visitado la colección. Me despido de Marius Cornea. Gracias a él no sólo conozco mejor al pintor sino la historia de Rumanía.