Un periodista y un diputado rumanos publican en el diario Adevarul de Bucarest - heredero de “Scinteia”, el “Pravda” de Ceaucescu- y en su blog, respectivamente, una reflexión sobre la necesidad de defender a la minoría rumana en Ucrania, ahora que éste país entra en riesgo de guerra civil. “Una Ucrania desmembrada ofrece la ocasión para recuperar la Bucovina, Besarabia y la región de Odesa”, escribe Ninel Peia, secretario de la “Comisión para la Diáspora” en Bucarest. “¿Está nuestro ejército preparado?”, relata, según cuenta el diarioLa Vanguardia.

Odesa,un oras care merita vizitat!Foto: USER UPLOADED

El 20 de febrero, en plena batalla campal en el centro de Kiev, la noticia aparece en Rossiskaya Gazeta, portavoz oficial del Kremlin: “el ejército rumano se prepara para intervenir en Ucrania el día 26”. Es la operación “Romania Mare”, una invasión en toda regla con el objetivo de “anexionarse” aquellos territorios que Rumania ocupó a la URSS entre 1941 y 1944 de la mano de los nazis. El plan se ha adoptado, “sin consulta con la OTAN, ni permiso de Berlín”, afirma el diario. Inmediatamente la noticia circula por determinadas webs de la región de Odesa.

“Es una fantasía y una provocación”, me dice Emil Rapcea, cónsul general de Rumania en Odesa y ex embajador en Kazajstán. “A Ninel Peia se le considera un cretino en Bucarest, nadie le ha hecho caso”, explica otra fuente rumana. El cónsul aventura que quizá “alguien pagó” para que se escribieran esas cosas. Y añade: “¿Acaso son rumanas las tropas que han entrado en Crimea?”.

Lo que se ve en la península, por lo menos de momento, es una operación perfecta; toma de infraestructuras, centros neurálgicos, movilización de líderes populares, cambio de gobierno local. Uno tras otro hasta cinco mandos militares ucranianos de Crimea reniegan de Kíev, con gran efecto sicológico. Nada parece haber sido dejado a la improvisación. Es obvio que la inteligencia militar rusa, y no solo la militar, preparó esta arriesgada respuesta con años de antelación. Casi tantos años como el empeño del otro imperio por arrastrar a Ucrania al regazo de la OTAN y realizar el sueño de los halcones de Washington y Bruselas: amarrar sus barcos en Sebastopol y Balaclava, las bases militares rusas de Crimea, escenarios de seculares glorias militares ruso-soviéticas y decir, “!aquí estoy yo¡”. Como meter el Yuri Dolgoruki, un submarino estratégico ruso de última generación en el puerto de San Diego. ¿Absurdo? En esta quimera geopolítica de machos, la OTAN se ha encontrado con la horma de su zapato: “!Hasta aquí hemos llegado”¡, ha dicho el Kremlin.

Desde la misma disolución de la URSS (1991) y la siguiente independencia de Ucrania, todas las encuestas de opinión han ofrecido una mayoría de ucranianos hostiles al ingreso de su país en la OTAN. Esa realidad, así como una mínima atención a los intereses de seguridad de Rusia (ese país existe, tiene fronteras e incluso intereses comerciales con sus vecinos, que no pueden reducirse a “imperialismo”), habrían aconsejado un estatuto de neutralidad para Ucrania, pero a base de dinero, influencias, inversiones en medios de comunicación y “centros de estudios estratégicos independientes”, compra de magnates y operando siempre sobre la identidad nacional (antirusa) de un sector minoritario del pueblo ucraniano, mayormente del Oeste del país, el asunto se ha forzado. Para hacer la tortilla, incendiamos la cocina.

En la última Conferencia de Seguridad de Munich, el gran cónclave euro-atlántico anual de halcones militaristas, el Secretario General de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, dijo que “Ucrania tiene que tener la libertad para elegir” si entra o no en la OTAN.

“Habría sido mucho más sabio decir, “Ucrania eligió el no alineamiento y nosotros lo respetamos”, observa el comentarista de The Guardian Jonathan Steele, un veterano ex corresponsal en Moscú.

En lo que tiene de pulso imperial, la batalla de Ucrania, cuyo último capítulo ha sido esa mezcla de revuelta popular y cambio de régimen inducido desde Occidente, lo ha puesto todo hecho unos zorros. Se dice que el servicio secreto polaco ha financiado a los neonazis del “Pravy Sektor” en Kíev. La Fundación Konrad Adenauer de la canciller Merkel ha financiado al opositor Vitali Klichkó, los americanos a otros. ¿Y qué decir del Canal 5 de la tele ucraniana, del magnate atlantista Petró Poroshenko (quinta fortuna del país), con conexión directa con “La Voz de América”, el principal medio de comunicación del nuevo gobierno de Kíev? Todavía no ha mentado que entre los caídos en las violencias de Kiev hay unos cuantos policías muertos por arma de fuego - ya tengo once nombres anotados y contrastados en mi libreta, pero dicen que hay más. Esto es muchas cosas, pero también es un festival de intoxicaciones. Y en la respuesta que estamos observando del otro lado, se trata de lo mismo.

En el anti-Maidán que está ahora en plena efervescencia aquí en Odesa y en todo el sur este de Ucrania, hay mucho de organizado, de agitadores radicales activados, sostenidos y pagados desde Moscú. Los estoy viendo cada día. La televisión rusa, que cubre Ucrania con histérica manipulación, forma parte del mismo esfuerzo. Lo del “¡Que vienen los rumanos¡” no es más que su expresión más burda, pero el rastro de todo esto se percibe por igual en Crimea, en Odesa, en Donetsk, en Jarkov y en muchos otros lugares. Sí, también Moscú promociona y moviliza, a su manera, “la sociedad civil”.